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Columna
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Esperanza y Zapatero

En Madrid ha de haber un antes y un después de la visita de Esperanza Aguirre a La Moncloa. Aunque cada uno contó una película distinta sobre lo ocurrido, allí ambas versiones coinciden en que el Gobierno central y el de Madrid van a trabajar juntos en un convenio de carreteras. Algunos pensarán que esto no es mucho, pero ya el hecho de que Zapatero y la señora Aguirre se comprometan a convenir algo, les aseguro que es la leche. No es poca cosa, tampoco, el que doña Esperanza le haya llamado simpático al señor presidente, aunque después se le haga la boca un fraile y pida que duplique la inversión en infraestructuras en 2008. Está en su papel y de momento hay margen para el optimismo, porque lo anterior es difícil de empeorar.

No es poca cosa tampoco que doña Esperanza haya llamado simpático al señor presidente
Ninguna rivalidad política puede justificar el bloqueo del desarrollo económico de una región

La relación que ha mantenido el Gobierno de España y el de Madrid en los últimos años ha sido impresentable, y a estas alturas da igual quién escupió primero; lo que realmente importa es que nos perjudica. En la actualidad hay un montón de proyectos de la mayor trascendencia completamente empantanados a causa de esa bronca, casi siempre alimentada desde el interés puramente partidista. Ahora, y tras el "simpático" encuentro, la Radial 1, autopista de peaje que ha de discurrir paralela a la autovía Madrid-Burgos, parece destinada a ser la primera en encontrar la luz. Esa obra, cuya construcción se han disputado la Comunidad y el Ministerio de Fomento, urge acometerla antes de que los nuevos desarrollos urbanísticos del corredor norte terminen de petar la A-1. La haga quien la haga, hay que hacerla ya -y hacerla bien- para no repetir los tremendos errores de otras radiales. Esa vía sólo será eficaz si arranca en un punto tan próximo a la capital que pueda descongestionar la salida y alargar su recorrido hasta alcanzar, al menos, el valle del Lozoya. Hay espacio y soluciones medioambientalmente aceptables. En cambio, dibujar allí una autopista de peaje alternativa a la A-6 es tremendamente complejo. Hace ya casi 20 años que el entonces director de un prestigioso diario de la capital defendía el proyecto de un amiguete ingeniero que resolvía el problema construyendo una nueva autovía encima de la actual. Una especie de scalextric interminable, sujetado por bonitos pilares de hormigón que jalonarían el trazado actual. Ello da idea de las pocas posibilidades que ofrece la zona.

Ahora, los únicos huecos están en la margen sur de la autovía, y encontrar un espacio idóneo para el arranque es casi misión imposible. El marrón queda por ahora aparcado en un concurso internacional a la espera de una idea feliz. Un limbo en el que ya no tiene cabida el cierre norte de la M-50, al haberse comprometido ambos mandatarios a hincarle el diente. El problema es que no acordaron por dónde, y tampoco es sencillo hallar otra alternativa que no sea la de excavar bajo el monte de El Pardo.

Los ingenieros del Estado habrán de romperse la cabeza para diseñar un trazado capaz de reducir el impacto sobre los espacios naturales que inevitablemente han de salvar. En la entrevista de La Moncloa tocaron también otros asuntos, como la cesión de la M-40, la de los trenes de cercanías o el destino de los terrenos de la cárcel de Carabanchel, y en todos puede haber entendimiento. No hablaron en cambio, y si lo hicieron no trascendió, de la llamada Operación Chamartín. Atascado en el desencuentro entre administraciones por el momio de las plusvalías, ese macroproyecto urbanístico mantiene en el aire el futuro de todo el cuadrante norte de la capital. En semejante incertidumbre se encuentran el bypass de la M-30, que ha de evitar los semáforos de la Ilustración y los nuevos viales que habrán de afrontar el brutal incremento de tráfico que traerán las torres gigantes de la Castellana.

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Ninguna rivalidad política puede justificar el bloqueo de planes que afectan al desarrollo económico de una región y, lo que es peor, a la calidad de vida de sus ciudadanos. Madrid, con siete millones de almas y un 20% de la economía nacional, no merece esa rémora. No creo que el encuentro de Esperanza y Zapatero sea el principio de una buena amistad, pero han sido ya capaces de acordar algo. Un poco esfuerzo más de responsabilidad y podrán hacer lo propio con lo demás.

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