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Reportaje:EQUIPAJE DE BOLSILLO

Tesoros del clásico

El buen lector termina amando el libro por el libro (la estética, su sola presencia), en agradecimiento por los placeres recibidos. Supongo que a eso se refería Italo Calvino en sus 14 propuestas de definición de lo clásico en ¿Por qué leer a los clásicos? Ninguna razón mejor que por amor. También por agradecimiento: releer un clásico es como volver a Capri con el primer amor. Con una ventaja: Cervantes y los sonetos de Garcilaso están al alcance siempre, mientras que Dios sabe dónde y cómo se hallarán los novios para viajar de nuevo al sur del golfo de Nápoles.

El Parnasillo de Simancas, la ambiciosa -y copiosa: van ya 504 volúmenes- colección de clásicos que lanza Simancas Ediciones, sería una aventura de riesgo sin esas premisas. En cambio, se me antoja que será un éxito. Se trata de libros de bolsillo de verdad (al estilo de los famosos crisolines de Aguilar: tapa símil piel cosida, títulos grabados a fuego y cinta marcapáginas), con la pretensión de que la cima de nuestros clásicos resulte vistosa, cercana y palpable, como el tesorillo que se puede leer, tocar y amar en una sala de espera, un autobús o el metro. Su precio oscila entre los 7,50 y los 10 euros.

La colección se estructura en cuatro ejes temáticos: poesía, narrativa, teatro y traducciones clásicas de clásicos extranjeros, vale la redundancia. De poesía se han publicado hasta ahora 116 volúmenes, 286 de narrativa y 102 de teatro. Sus responsables, animados por el consejero delegado de la editorial vallisoletana, Fernando Mata, son Antonio Piedra, director de la Fundación Jorge Guillén, y Javier Blasco, profesor de Literatura en la Universidad de Valladolid.

En el Parnasillo de Simancas no están sólo clásicos de referencia inevitable -Garcilaso, Lope, Cervantes, Quevedo, Calderón, Galdós..., algunos al completo y otros con una selección bastante completa-, sino también escritores que siendo tan clasicos y magníficos como los anteriores aparecen como de segunda línea en cánones de catalogación interesada. Me refiero a Fernando de Herrera, Baltasar del Alcázar, Castillo Solórzano, Enrique de Villena, Pedro Montengón, Mor de Fuentes, Balart y tantos otros. Capítulo aparte es la generosa inclusión, en el apartado de narrativa, de clásicos del pensamiento español, como el Informe sobre la Ley Agraria, de Jovellanos, y textos de Gracián, Costa, Ganivet, Antonio de Guevara o Feijoo.

Muchos de los libros llevan sabrosos prólogos. Pondré un ejemplo, excelso: La soledad, de Ferrán y Forniés, está introducido por la entusiasmada reseña publicada en su día por Bécquer sobre esa encantadora pieza postromántica, añadida como prólogo en ulteriores ediciones.

Los editores han tenido, además, la feliz idea de publicar un valioso volumen complementario, a modo de diccionario del español anticuado, en lugar de cargar cada libro de notas a pie de página que muchas veces evitan el disfrute de lo leído. Lo titulan Glosario de castellano clásico.

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