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Columna
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Ratoneras

Tal vez tuviera razón José María Ruiz Soroa cuando nos recordaba, a propósito del PNV, aquello de que "de lo que no se puede hablar, mejor es callarse". No obstante, como él mismo venía a reconocer, lo Innombrable es una verdadera máquina de discurso, acaso la más potente, de modo que seguiremos hablando de ello hasta el extremo de mimetizar sus usos y costumbres. Si esotérico es lo que ocurre dentro del Partido, tan esotéricas resultan nuestras interpretaciones de lo que allí sucede, y no es de extrañar que una tesis como la famosa del péndulo haya tenido tanta aceptación estas últimas temporadas. El péndulo oscila, y hay que imaginar su tendencia, suponer, esperar, desear, creer, sobre todo tener fe en que santa Bárbara nos sea propicia cuando oscile el péndulo movido por el rayo. Pero sea lo que sea lo que acontezca, lo Innombrable perdura, ya que no hay razón ni evidencia tan poderosas como para convencernos de que hay que olvidarlo, de que no existe. ¡Qué orfandad! En el fondo de nuestra alma, los vasquitos estamos convencidos de que, ocurra lo que ocurra, el PNV no puede abandonarnos, no debe. Es la fe que nos queda -hasta a los que no son sus votantes-, y aunque todo se desmorone, trataremos de que esa fe perdure. Al innombrable, en realidad, le bastan un par de monaguillos para subsistir.

Le tengo un gran aprecio a Josu Jon Imaz, un aprecio personal y un aprecio político, que es proporcional a mi escasa esperanza en la pérdida de nuestra fe. Si esa fe ha de perdurar, y no hay indicios de que vaya a ocurrir lo contrario, prefiero que la administre gente como Imaz, gente que igual es capaz de secularizarla y liberarla del país, de manera que en éste podamos convivir en orden y concierto fieles e infieles. Es posible que esté invocando una quimera y que la mejor prueba de ello sea el fracaso de Imaz. Cuando el país se convierte en una religión, no veo otra forma de otorgarle un rango secular que integrándolo en una realidad que lo trascienda, y eso es algo que los nacionalistas a duras penas pueden admitir. La secularización de nuestra sociedad nos ha de corresponder por tanto a los demás, a los que no somos nacionalistas de ninguna especie, secularización que habrá de evitar la condena -otra cosa es la crítica política- de esas creencias que no compartimos.

Pese a la persistencia de la fe, no parece sin embargo que los nacionalismos estén atravesando su mejor momento. Al margen de cuál haya podido ser el verdadero alcance de la retirada de Imaz, parece claro que constituye una anomalía, el indicio de una crisis que vendría avalada por la pérdida de apoyo del PNV en los últimos procesos electorales. El PNV -y el nacionalismo institucional en general- es consciente de una mengua progresiva de masa crítica, necesaria para mantener sin riesgo su hegemonía y cumplir sus objetivos. Esta pérdida no es de última hora, sino que se remonta a mediados de los noventa y puede explicar muchos de los movimientos estratégicos del nacionalismo de estos últimos años. Incapaz hasta ahora de crecer por el centro -y tal vez fuera ésa la apuesta de Imaz- a falta de un discurso integrador y desacralizado, ha preferido elaborar, en un movimiento sarkozyano, un discurso apropiado para atraer a su seno el voto radical abertzale, al que ha convertido en su caladero de futuro. El espejismo de las elecciones autonómicas de 2001 le pudo dar la razón en un primer momento, pero la posterior mengua de apoyo en las sucesivas convocatorias electorales pone en entredicho su apuesta soberanista y le deja inerme ante quien pueda ocupar entretanto un espacio de centro autonomista solvente. No es el PSE, en contra de lo que piensa Basagoiti, el que ha empujado al PNV al radicalismo. Esta es una deriva que el PNV la emprendió solito, y lo que el PSE trata de hacer es ocupar el hueco abierto, hueco que no tiene por qué ser obligadamente nacionalista.

La misma, si no mayor, pérdida de masa crítica puede explicar la radicalización última de los nacionalistas catalanes, lanzados también ellos a tácticas sarkozyanas de ocupación de espacio. Los resultados son ya desalentadores para ellos y puede que lo sean más en el futuro, por lo que no entiendo muy bien esas críticas tremendistas de quienes ven un peligro en lo que más bien huele a crisis. Decía Xavier Rubert de Ventós que las aspiraciones actuales de los nacionalistas catalanes se podrían resumir en que "ahora ya no quiero queso; sólo salir de la ratonera". Bien podría ocurrirles que con el queso se vayan a quedar otros, y que queriendo salir de la ratonera española vayan a caer en otra insignificante.

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