Valentía
Si puedo, evito la palabra valentía. En mi inconsciente debe saltar un resorte cada vez que se me viene a la boca y enseguida la sustituyo por otro término con connotaciones menos desagradables. La palabra valentía tiene su lugar de honor en los himnos militares, en aquella imagen del hombre sacando pecho, en esa manera tremendamente reaccionaria de entender la valentía como una cualidad sólo apta para hombres, para machos. El mundo está lleno de personas valientes, claro, pero su valentía está escrita con minúsculas y su arrojo suele ser anónimo. Para qué poner ejemplos, se muestran a nuestros ojos a diario. Valientes son los que se buscan el pan en otro lado del mundo, los que defienden su espacio de libertad en una dictadura, los que dicen lo que piensan a pesar de ganarse el rechazo o el desapego, los que luchan con entereza contra una enfermedad mortal, los que viven dignamente a pesar de tenerlo todo en contra, valientes son los que reaccionan con arrojo ante una situación en la que desearían no encontrarse, que no han buscado voluntariamente. Esa valentía no tiene sexo ni nada que ver con la hombría, esa valentía no se basa en un despliegue de chulería física; conozco personas poco audaces físicamente que sacan el gigante que llevan dentro cuando de luchar contra una situación injusta se trata. Pero aunque este mundo, por fuerza, está poblado de valerosos supervivientes, procuro esquivar la palabra. Sólo me suena simpática cuando la oigo en una copla flamenca: "Ese torero valiente / ay ha pegao tres naturales / y ha vuelto loca a la gente". Estas dos palabras, torero y valiente, que tan hermosas suenan por bulerías se me atascan cuando las oigo dichas en serio. En estos días no paro de oírlas y leerlas en una exaltación filosófica de la valentía taurina que entendía, ingenua de mí, como parte de una retórica del pasado. Mucho me temo que tanto están calentando la cabeza a los toreros con la supuesta heroicidad de rondar la muerte que los estén forzando a terminar las faenas a rastras. El público aplaude porque los quiere valientes. Pero a mí esa valentía se me antoja temeridad, una temeridad recompensada por el dinero, la popularidad. Las orejas, el rabo.
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