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Columna
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'Animal spirits'

Los economistas son como el Guadiana. Mientras todo marcha viento en popa nadie suele acordarse de ellos, pero cuando las cosas comienzan a ir mal entonces, ¡ay!, salen en masa a la superficie mediática, como los caracoles buscando el sol. Pone uno la tele o sintoniza la radio y siempre hay un economista respondiendo a preguntas del tipo ¿cree que habrá crisis económica? ¿durará mucho o poco? ¿será profunda o sólo superficial?

No es culpa suya. Tienen que hacerlo porque, de lo contrario, el escaso prestigio que ya tiene la Economía frente a otras ciencias más prácticas caería aún más bajo si cabe.

Pero seamos sinceros, una de las pocas cosas de las que los economistas están seguros es de que nunca, y en ningún lugar, la economía crece indefinidamente y de manera uniforme. Para bien o para mal, el sistema experimenta periodos de expansión y periodos de recesión (hay una literatura enciclopédica para explicar el porqué). Así es, y así seguirá siendo por mucho que los gobiernos se empeñen en impedirlo.

Por tanto, como suele ocurrir con la bolsa, tras una fase demasiado expansiva comenzará otra fase de carácter recesivo. Cuándo debamos considerar que estamos justamente en medio de ambas, no lo sabemos exactamente, aunque existen algunos indicadores relacionados con la actividad productiva que nos proporcionan pistas bastante fiables. Por ejemplo cuando se produce una ralentización en el ritmo de crecimiento en las ventas de bienes duraderos (automóviles, casas, etc.), cuando la creación de empleo se desacelera, o cuando se reduce la inversión en la construcción o en la industria. Hay también indicadores indirectos, algo más imprecisos, como el elevado endeudamiento de las familias o un repunte significativo en la tasa de inflación (lo que obliga al Banco Central a subir los tipos de interés). Y en fin, existen otros de carácter más exógeno y aleatorio, como un conflicto armado, un atentado terrorista o un aumento de la inestabilidad política en algún lugar caliente del planeta, con el consiguiente efecto negativo sobre el nivel de incertidumbre.

Naturalmente si un gobierno determinado se empeñara en estropearlo todo aún más de lo que está, lo puede hacer. Pero ya no le resultaría tan fácil como en el pasado, al menos en la Unión Europea, en donde la mayor parte de los instrumentos relacionados con la marcha de la economía global están en sus manos (la política monetaria, el tipo de cambio, e incluso una buena parte de la política presupuestaria, limitada por los acuerdos de estabilidad firmados en su momento).

Pero lo que sí es cierto es que las crisis pueden agravarse a causa de las declaraciones emitidas sobre el asunto por aquellas personas o instituciones a las que los agentes económicos les suponen poseedores de información privilegiada, ya se trate del ministro de economía, del líder de la oposición, la OCDE, del responsable de una importante empresa privada o del presidente de una patronal.

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Porque existe una segunda máxima en Economía, ésta de carácter psicológico, de relevancia histórica probada; aquella que sugiere que las expectativas sobre el futuro afectan decisivamente a la realidad presente. De modo que si, por ejemplo, muchos empresarios piensan que las cosas van a ir mal en el futuro próximo, actuarán en consecuencia con ello y entonces, efectivamente, éstas irán mal, confirmando así sus propias expectativas e iniciándose una espiral de pesimismo que sólo cambiará cuando un grupo cada vez mayor de aquellos piense que ya no se puede caer más bajo y que por tanto las cosas comenzarán a mejorar. Es lo que el gran J. M. Keynes (este sí, un economista de verdad) calificó como animal spirits, un término muy poco técnico pero de enorme poder explicativo.

O sea, que lo relevante del momento económico presente no es que pueda haber una recesión en el horizonte próximo (que la habrá). Lo importante está en que su duración y profundidad dependerá de la actitud y el comportamiento prudente de los responsables políticos y económicos. Y desde luego, en tales circunstancias, los políticos optimistas son mucho más útiles a la sociedad que los pesimistas.

Es por ello por lo que a pesar de que pueda criticársele a Zapatero que exagere algo introduciendo a España, justamente ahora, en la Champions League del desarrollo, lo de Rajoy y Zaplana, diciendo exactamente lo contrario, es de una irresponsabilidad que raya la locura. Nunca dejará de sorprenderme cómo un partido tan patriota como el PP siempre actúa, a la hora de la verdad, en contra de los intereses generales. No nos lo merecemos.

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