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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Piedad animal

Tordesillas, tierra comunera a orillas del Duero, tiene mucha historia en sus calles y edificios, y sería lamentable que pasase a ser conocida por la tradición menos civilizada de las que persisten en su calendario: la de la persecución y muerte a lanzadas del llamado Toro de la Vega. El martes, decenas de lanceros a caballo y a pie acosaron al toro por las calles y el campo antes de darlo muerte.

Hay tradiciones que merecen conservarse y otras que no; sin necesidad de caer en exageraciones utópicas, sí parece necesario tratar de evitar el sufrimiento innecesario de los animales. Sobre todo, el maltrato como diversión, sin otra razón que la costumbre ni otro objeto que satisfacer instintos ancestrales.

La ley en tramitación intenta evitar la proliferación de esas prácticas, pero respeta los espectáculos "autorizados", eufemismo para referirse a las corridas de toros y que cubre también a festejos como el de Tordesillas, declarado "de interés turístico". Que es una costumbre poco civilizada lo reconocen sin querer quienes la practican: impiden que periodistas y fotógrafos presencien la agonía del animal.

Los animales sufren, padecen angustia y temor. En ocasiones, incluso piedad. Los torturadores nazis de Erich Mühsam, poeta judío alemán detenido en 1933, tuvieron la idea de meter en su celda a un chimpancé que habían capturado en la casa de un científico también detenido. Esperaban que el simio se ensañase con el torturado, cuyo aspecto era lamentable. En lugar de eso, se abrazó al prisionero y lamió sus heridas. Frustrados por esa reacción del animal, la de los guardias fue torturar y matar al chimpancé, que había demostrado tener más piedad, piedad animal, entre seres vivos, que ellos.

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