Imaz se va, el dilema del PNV continúa
La batalla no era ningún simulacro: Josu Jon Imaz, el presidente del PNV, empeñado desde su elección, hace cuatro años, en el aggiornamento político e ideológico de su partido, anunció ayer por escrito que no será candidato a la reelección en la Asamblea que tendrá lugar este otoño. Es una derrota frente a las resistencias tradicionalistas encarnadas en su antagonista, Joseba Egibar, reforzado últimamente por el lehendakari Ibarretxe, dispuesto a que se hunda el mundo, o al menos la convivencia entre los vascos, con tal de que pueda él convocar su consulta soberanista. Pero tal vez esa retirada sea también el aldabonazo necesario para que el PNV se decida de una vez a elegir entre la unidad en la confusión y la claridad política.
En torno a la consulta de Ibarretxe se ha condensado este verano el conflicto latente en el PNV desde hace decenios. Al menos desde 1930, cuando se reunificaron las dos ramas del partido sobre la endeble base de juntar en un mismo documento la ideología fundacional de Sabino Arana, teocrática y antiespañola, y la política gradualista, autonomista, demócrata cristiana, que acabaría encarnando la generación de Aguirre, Irujo, Ajuriaguerra y Landaburu, basada en el reconocimiento de la pluralidad vasca. Estos cuatro políticos son los únicos que cita Imaz en su escrito, lo cual es un claro mensaje sobre sus motivaciones: la existencia de "diferentes sentimientos de pertenencia" es incompatible con planteamientos de imposición de una mayoría nacionalista.
Su defensa del acuerdo transversal chocaba con el unilateralismo de la propuesta de Ibarretxe. Imaz advirtió públicamente al lehendakari de los riesgos de su consulta ilegal: suscitar un enfrentamiento sin salida con el Estado, trasladar a la población la división entre los partidos y dar un pretexto a ETA. El empecinamiento del lehendakari, un político con gran ascendiente sobre la militancia, hacía improbable un acuerdo unánime de puesta al día del ideario nacionalista.
El pasado lunes, el Consejo Nacional del PNV (su Ejecutiva) aprobó por unanimidad una ponencia para la Asamblea próxima que viene a ser una acumulación de materiales tomados del plan Ibarretxe, por un lado, y de la declaración sobre pacificación y normalización, inspirada por Imaz, aprobada en octubre de 2005, por otro. El resultado mantiene el discurso (netamente ideológico) de Lizarra sobre el "derecho a decidir" como vía para la pacificación y normalización, aunque condiciona la consulta a un acuerdo multilateral previo; rebaja la condición clarísima de ausencia de violencia (desaparición de la amenaza de ETA) a la más interpretable de "respeto a los derechos humanos y libertades democráticas"; y mantiene la posibilidad de consulta unilateral ilegal (sin efectos jurídicos) como forma de desbloquear un eventual desacuerdo con Madrid.
O sea, un híbrido que evita la ruptura organizativa pero no la confusión política. Con Imaz se van muchas cosas: una idea sobre el futuro del nacionalismo compatible con la progresiva desaparición de las fronteras, una voluntad de encaje del País Vasco en España a través del consenso y no del enfrentamiento, y una firmeza frente a ETA y sus voceros inhabitual en su partido. Tiempo habrá de comprobar si su marcha duele más en Euskadi o en el resto de España. Lo seguro es que es una grave pérdida para la política de este país. Imaz no quiere ser responsable de una escisión, pero desiste de dirigir un partido que no sabe si es autonomista (es decir, respetuoso con la pluralidad de la sociedad vasca) o soberanista.
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