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Viejos fantasmas resurgen en México

Una oscura guerrilla nacida en los noventa reivindica los atentados contra los gasoductos

"Unidades militares pertenecientes a nuestro ejército colocaron 12 cargas explosivas en igual número de gasoductos de Petróleos Mexicanos". Con estas palabras, el Ejército Popular Revolucionario (EPR) ha reivindicado los sabotajes del lunes contra la empresa estatal y ha despertado de golpe los fantasmas de la reciente historia de México.

Las explosiones, que se produjeron en instalaciones de Veracruz, han afectado al 25% de la producción de gas natural y han dejado sin suministro a más de 2.500 empresas de 10 Estados del país, entre ellas las fábricas de Volkswagen, en Puebla, y de Honda, en Guadalajara, que se han visto obligadas a suspender durante varios días la producción de vehículos. Las pérdidas calculadas ascienden a más de 70 millones de euros al día. Todo un golpe de una guerrilla que había estado aletargada hasta hace dos meses, cuando volvió a la palestra con otros sabotajes de menor envergadura.

El Ejército Popular Revolucionario surgió en 1996 en el Estado sureño de Guerrero

Hay que remontarse una década para encontrar la primera manifestación del EPR. Ocurrió en Guerrero, un depauperado Estado del sur de México cuarteado por el narcotráfico (es el principal productor de amapola, la materia prima de la heroína) y por los cacicazgos de distinto pelaje.

Corría el mes de junio de 1996 y la aldea de Aguas Blancas rendía homenaje a 17 campesinos asesinados un año antes por la policía estatal. Un grupo armado irrumpió en la ceremonia y anunció que quería liquidar al "Gobierno opresor" e instaurar una "república democrática popular". El EPR se presentaba en sociedad. Guerrero se trasladó de repente a los años setenta, cuando la guerrilla del legendario maestro Lucio Cabañas recorría aquellas serranías, antes de ser aplastada por el Ejército.

El bautismo de fuego llegó dos meses después. Varios comandos armados atacaron cuarteles y comisarías en Acapulco y otros enclaves turísticos de Guerrero y Oaxaca, causando 13 muertos. Otras emboscadas dejarían una treintena de cadáveres en 1997, la mitad de ellos, guerrilleros. La presencia del EPR se extendió a Chiapas, en un intento de disputarle el terreno a la guerrilla zapatista.

A diferencia de las maltrechas huestes de Cabañas, los milicianos del EPR lucían uniformes nuevos y relucientes fusiles de asalto AK-47 y AR-15. Esos pertrechos, un lenguaje que parecía una caricatura de los manuales de marxismo y los momentos escogidos para los ataques (la campaña electoral de 1997 o la presentación del informe presidencial) despertaron las sospechas de que alguien movía los hilos para obstaculizar la complicada transición democrática mexicana. Algunos indicios de que la organización, además, estaba infiltrada por los viejos aparatos de inteligencia agudizaron los recelos.

Las miradas se dirigieron entonces al Partido Revolucionario Institucional (PRI), que después de siete décadas en el poder afrontaba una etapa de luchas internas espoleadas por los esfuerzos aperturistas de los últimos presidentes priístas, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.

Han pasado 10 años. Las urnas desalojaron al PRI del poder hace siete años y el EPR resurge de repente con su lenguaje acartonado y los ataques contra objetivos vulnerables: Pemex, tercera productora mundial de crudo, aporta un tercio del presupuesto nacional, y en estos momentos el presidente, el conservador Felipe Calderón, de gira en India, busca como agua de mayo nuevas inversiones. En su comunicado, la guerrilla tacha a Calderón de "fascista" y de "presidente ilegítimo", y exige la aparición de dos de sus dirigentes, supuestamente detenidos durante las revueltas en Oaxaca el pasado mayo. Las autoridades, sin embargo, temen que este nuevo embate forme parte de una calculada estrategia de desestabilización.

Retén militar en la localidad de Omealca, en el Estado de Veracruz, tras el sabotaje de un gasoducto el pasado lunes.
Retén militar en la localidad de Omealca, en el Estado de Veracruz, tras el sabotaje de un gasoducto el pasado lunes.AP

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