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Columna
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Merienda en La Moncloa

Ayer, muy de mañana, ya se imaginaba uno con gusto a José Luis Rodríguez Zapatero y a Esperanza Aguirre tomando por la tarde el té en La Moncloa o dando un paseo por sus jardines en amistosa convivencia. El escenario ayuda mucho. A Zapatero, porque es su casa, aunque de una mansión provisional se trate, y a Aguirre, porque al fin y al cabo es un palacio que ha frecuentado y con el que sueña, que es donde Zapatero debe ver el peligro de repetir con más frecuencia esta escena. Pero no es lo de menos que se trate de un palacio, porque Aguirre en eso, por aristócrata consorte, le lleva una ventaja a Zapatero: transitar con más naturalidad por salones palaciegos sin perder los tacones. Ni tampoco que el palacio sea un territorio madrileño y español a la vez, donde él es presidente de ella por española, y ella, presidenta de él, censado en esta Comunidad. Y hay que valorar también los talantes. Nadie le niega al presidente su afabilidad, ni a ella la cortesía en el trato cercano. Así que, ojalá no haya sido tan difícil obtener una foto de los dos sonriendo para que una imagen tan bucólica desconcierte a los que alguna vez puedan haber visto en ellos a dos Españas en contienda.

Además, al buen rollo que pudiera haberse dado entre ambos no serán ajenas unas buenas pastas madrileñas de San Onofre y, con tales dulzores vespertinos, es fácil que un socialdemócrata y una liberal, a los que se supone por eso centrados, no se nos descentren con los estímulos del café. No sé si Zapatero gusta más del café que del té, pero siempre parece que necesite un poco de marcha. Por su parte, la presidenta, que da en público una imagen de mujer un tanto excesiva, puede prescindir de la cafeína que la espabile. Por mujer, ella quizá se vea obligada a resultar más bravía, y él, por varón, a suavizar la ya amansada fiera. No le habrá hecho falta a ella, sin embargo, ponerse más aguerrida que lo que suele a la hora de pedir al presidente que le pase de una vez los trenes de Cercanías, justo cuando él está por despojarse de las cercanías y sus disgustos y cederlas por doquier. Y tampoco creo que de una cárcel en Carabanchel, que ya no es cárcel, hiciera ayer él materia de discordia, si ella se empeña en convertirla en hospital.

Lo bueno de una cordial merienda es que no obliga a ceñirse a un orden del día, y pudo ella preguntar a su anfitrión con retintín por la tormenta económica, pero, habiendo leído ya por la mañana que Rodrigo Rato decía que la tormenta es pasajera a corto plazo, tal vez se abstuvo. Tampoco creo que Zapatero entrara en temas ideológicos para evitar roces, por lo que ni siquiera al hablar de Sarkozy, admirado por el uno y por la otra, habrán recordado la defensa enardecida que hace la derecha francesa de la educación laica. Pero si de un asunto tan vidrioso hubieran llegado a hablar, no sé si le habrá bastado a él con que ella le asegure que la asignatura de Educación para la Ciudadanía se impartirá en Madrid, pero poco. Pudo dudar por eso, mirándola fijamente, sobre si preguntarle o no cómo se cumple la ley, pero poco, es decir, con baja intensidad. Después, tras abandonar ella el palacio, revisando los libros de texto de la asignatura, una vez comprobado que se enseña a los escolares la obligación de todo ciudadano para cumplir la ley, tal vez se preguntara si no sería conveniente impartir la asignatura a aquellos gobernantes que, convencidos de que quien hace la ley hace la trampa, optan por la trampa, aunque no hayan hecho la ley. O precisamente por eso.

Pero una cosa es lo que pasara dentro y otra lo que, rota cualquier fascinación, haya sucedido a la salida, que a la hora de escribir este artículo, antes de la merienda, lo ignoro. Por mucho que cuenten el escenario y las buenas maneras de gente tan educada, también cuentan el día y la hora, y tratándose ayer de la jornada histórica de la proclamación de Mariano Rajoy como candidato indiscutible del PP a vivir en La Moncloa, o mucho me equivoco o la presidenta, para enriquecer tan trascendental noticia, habrá hecho notar a la salida la falta que tiene aquel palacio de cambio de inquilino y las condiciones de su líder carismático para habitarlo. A estas horas, ya sabrán ustedes si me he equivocado. O, lo que es peor, si la presidenta ha dejado plantado al presidente para que mi artículo quedara reducido a ficción.

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