Generosidad, luz, un bis
Hubo luz, gran ballet y ella hizo un bis. Se la vio disfrutar. Este solo de Béjart vale señalar que pertenece a una de las últimas etapas orientales del coreógrafo marsellés, por eso evoca el paso teatral kabuki y el juego de los abanicos rojo y blanco (luz y sangre, verdad y mentira, ayer y hoy). Venía al pelo: la bailarina es luz, verdad, y trasciende el ayer y el hoy. Probablemente, Maya Michailovna no deje escuela. Es una figura singular. El ballet es así. La ejemplaridad es caprichosa y particular, y las imitaciones, malas. Maya es única todavía. Lo será siempre. Hay un dominio sobrecogedor sobre el auditorio, sobre lo que hace y sobre lo que refleja. Es mucho más que recuerdo, y eso es la esencia del ballet, lo que ella lucha porque no se pierda. Y eso fue pálpito anoche en el cisne negro y el Quijote, sin desmerecer otras calidades en la Manon de Vishnieva, el refinado cameo añorante de Greco o el manierismo del georgiano Tsiskaridze en su sensual Narciso, que va más allá de lo que regló Goleizovski.
Gala Maya Plisetskaia
Isadora: Ashton / Brahms (Tamara Rojo, Royal Ballet de Londres); Madame Bovary: Shannon / Rachmaninov (Ilze Liepa y Marc Peretokin); Manon: MacMillan / Massenet (Diana Vishnieva e Ígor Kolb, Kirov-Marinskii de San Petersburgo); El lago de los cisnes, pas de deux, tercer acto: Petipa / Chaikovski (Maria Aleksandrova y Andréi Uvarov, Bolshói de Moscú); La muerte del cisne: Bernd Burgmaier (Trockadero de Monte-Carlo); Goyescas: Lola de Ronda / Granados (Lola Greco); La reina: Doctor DA / Zelwer (Marchella Soltan); Mayerling, pas de trois: MacMillan / Liszt (T. Rojo, Carlos Acosta y Ricardo Cervera); Don Quijote, pas de deux: Gorski / Minkus (Natalia Osipova y Dmitri Belogolovysev, Bolshói); Narciso: Goleizovski / Tcherepnine (Nikolái Tsiskaridze, Bolshói); Ave Maya: Béjart / Bach y Gounod (Maya Plisetskaia). Director artístico: Andris Liepa. Teatro Real. Madrid, 10 de septiembre.
Anoche se vio muy buen ballet ruso, matices, respiraciones, acentos aéreos, búsquedas de la música en los entrepasos. Y ése es el ballet en el que Maya no es un recuerdo lejano o empolvado, sino una presencia carnal, una llamada de atención, un rigor que reclama de la interpretación, su cumbre.
Es incontestable que el ballet dramático llega más que el festivo; de hecho, la vida misma de la ballerina es un dramma que se transforma en efímera figura cambiante: la danza. Pero una cosa es una gran gala y otra cosa es que una gala se convierta en un bolo de lujo. Maya la salvó de algunos despropósitos ocasionales.
Inapropiado desde todo punto de vista el número cómico del travestido en La muerte del cisne, y rarísimo que se bailen tres coreografías de la escuela inglesa que nada tienen que ver con Maya, ni con la tradición rusa.
Entiendo la presencia de Ilse Liepa, hija de Maris Liepa (padre también de Andris, que dirigió la velada), que fuera tantas veces partenaire de Maya; pero se echan en falta grandes roles que Plisetskaia marcó o creó, como Laurencia. O joyas que están vivas como Caballito jorobado, con la música de su marido, Rodion Schedrin, que estaba en el patio de butacas junto al hermano de Maya, el gran profesor Azari Plisetski. Con todo, fue una emotiva noche, con la platea en pie, bravos, generosidad, y la presencia de los príncipes de Asturias.
Babelia
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