Unos pobres más sanos
La expectativa de vida en los países de renta elevada del planeta es hoy de 78 años, mientras que en los países menos desarrollados es de 51, y sólo de 40 en algunos países africanos asolados por el sida. Por cada 1.000 niños nacidos en los países ricos, 7 mueren antes de su quinto cumpleaños; por cada 1.000 nacimientos en los países más pobres, son 155 los que mueren antes de cumplir cinco años.
Estas muertes no sólo son tragedias humanas, sino también desastres para el desarrollo económico: reducen sistemáticamente el crecimiento económico y contribuyen a mantener a los países más pobres atrapados en la miseria. Sin embargo, existen cada vez más programas en todo el mundo que demuestran que la muerte y la enfermedad entre los pobres pueden reducirse notablemente y con rapidez mediante inversiones selectivas en programas de salud pública.
En los últimos años se han producido grandes triunfos gracias al Fondo Mundial para la Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria. El fondo, creado hace seis años, ha suministrado dinero a más de 130 países para intensificar sus programas contra estas tres enfermedades asesinas; ha facilitado que aproximadamente un millón de africanos reciban medicamentos antirretrovirales para el tratamiento del sida, ha financiado la distribución de alrededor de 30 millones de mosquiteras para combatir la malaria y ha sufragado el tratamiento de unos dos millones de personas con tuberculosis.
La malaria puede controlarse de forma decisiva mediante mosquiteras, aplicación de insecticidas en espacios interiores y distribución gratuita de medicamentos a los pobres en las poblaciones propensas a sufrir la enfermedad.
El año pasado, en sólo dos días, el Gobierno de Kenia repartió más de dos millones de mosquiteras. También se han llevado a cabo programas similares de distribución masiva en Etiopía, Ruanda, Togo, Níger, Ghana y otros países. Los resultados son asombrosos. El uso de las mosquiteras es muy eficaz, y la malaria empieza rápidamente a descender.
En este mismo sentido, una campaña dirigida por el Club Rotario Internacional y diversos socios ha erradicado prácticamente la polio. El número de casos que se dan cada año en todo el mundo asciende ya sólo a unos centenares, frente a las decenas de miles que había cuando comenzó la campaña. Están lográndose resultados hasta en los lugares más remotos y difíciles, como los Estados más pobres del norte de India.
India, además, está haciendo muchas otras cosas, gracias a su extraordinaria Misión Nacional de Salud Rural (MNSR), que es la mayor campaña de salud pública del mundo. Nada menos que medio millón de mujeres jóvenes acaban de ser contratadas como profesionales de la salud para que sirvan de enlaces entre los hogares pobres y los hospitales y clínicas del sistema público -en los que se están haciendo grandes mejoras- y faciliten el acceso de las mujeres a los servicios de urgencia en tocología, con el fin de evitar muertes trágicas e innecesarias en el parto.
Otro gran logro en India son los cuidados a domicilio de los recién nacidos en sus primeros días de vida. Es alarmante la cantidad de recién nacidos que mueren de infección, porque las madres no les amamantan durante los primeros días, o por otras causas que se pueden prevenir. Mediante la formación de profesionales sanitarias locales, la MNSR ha conseguido una reducción importante del número de muertes de recién nacidos en las aldeas.
Todos estos programas demuestran que no son ciertos tres mitos muy generalizados. El primero es que las enfermedades entre los pobres son inevitables e imposibles de prevenir, como si los pobres no tuvieran más remedio que enfermar y morir prematuramente. En realidad, los pobres mueren de causas conocidas e identificables que, en gran parte, se pueden prevenir y tratar de forma muy barata. No hay excusas para los millones de muertes de malaria, sida, tuberculosis, polio, sarampión, diarrea e infecciones respiratorias, ni para las muertes de tantas mujeres y tantos niños en el parto o poco después.
El segundo mito es que es inevitable que se despilfarre la ayuda de los países ricos. Los líderes ignorantes de los países desarrollados repiten esta falacia tan a menudo que la han convertido en un gran obstáculo contra el progreso. A los ricos les gusta echar la culpa a los pobres, en parte porque les libera a ellos de responsabilidades y en parte porque les proporciona un sentimiento de superioridad moral. Pero los países pobres son capaces de establecer programas de salud pública eficientes cuando se les ayuda. Los éxitos recientes han sido posibles gracias a que se han unido más inversiones del presupuesto de los países pobres y la ayuda de los donantes de países ricos.
El tercer mito es que, si se salva a los pobres, la explosión demográfica irá a peor. Pero las familias de los países menos desarrollados tienen muchos hijos -un promedio de cinco por mujer-, entre otras cosas, porque el miedo a los elevados índices de mortalidad infantil les hace compensar con familias numerosas. Cuando esos índices descienden, los de natalidad tienden a disminuir aún más, puesto que las familias confían en que sus hijos van a sobrevivir. El resultado es un crecimiento de la población más lento.
Ha llegado la hora de cumplir un compromiso mundial básico: que todos, ricos y pobres, tengan acceso a servicios de salud esenciales. Sólo con que se dedicara el 0,1% de las rentas de los países ricos a que los pobres dispongan de una atención sanitaria capaz de salvar vidas, sería posible mejorar la expectativa de vida, disminuir la mortalidad infantil, evitar muertes de madres en el parto, reducir el crecimiento de la población e impulsar el desarrollo económico en todo el mundo pobre.
Los casos de éxitos en salud pública para los pobres son cada vez más numerosos. Dado el bajo coste y los inmensos beneficios que tienen tales esfuerzos, no hay excusas para no actuar.
Jeffrey Sachs es catedrático de Economía y director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © Project Syndicate, 2007. www.project-syndicate.org
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.