Voraz Lagat
Doblete del estadounidense de origen keniano en el 1.500 y el 5.000
Esta vez no hubo siete tipos desnudos en la grada. La última vez que Craig Mottram retó a los africanos en los 5.000 metros hubo tal revuelo entre el gentío que la policía casi tuvo que intervenir. Arrancó la prueba. Arrancó Mottram. Y siete hombretones calentados por el alcohol se levantaron chillando para enseñar su torso desnudo y sus gargantas peladas. En cada pecho enrojecido, una letra del apellido del australiano. De cada garganta rota, un grito unánime: "¡Vamos, Craig; vamos!". Al final de la prueba, Mottram, el gigante que derrotó a Bekele, había perdido. Lo mismo le pasó ayer en la final de los 5.000. Con tres diferencias: su labor, tapón inmenso, roca dura en cabeza del pelotón, frenó al ritmo endemoniado de los africanos. Su trantrán lo agradeció Bernard Lagat, demoledor en su carga final, como en los 1.500 metros. Y su táctica la remató Matthew Tegenkamp, que ayer rompió un mito al quedarse a tres centésimas del bronce: ni los blancos son gacelas ni los africanos leones. Cuestión de hambre.
"Son los mejores porque pasan penurias", afirma España, séptimo entre la jauría africana
"¡La gente sólo quiere ponerse barreras, construir excusas sobre por qué no podemos ganar a estos tíos!", rugió el estadounidense nada más salir de la pista con su blanca piel empapada. "¡Hay que tener hambre! Mi entrenador siempre me empuja a pensar en ir más allá. Me pone el listón muy alto", añadió; "hay que trabajar sin excusas. No te puedes poner a ti mismo en una actitud negativa cuando entras en una carrera. ¡Tienes que pensar que puedes hacerlo!".
Antes de que Tegenkamp rugiera; antes de que Tariku Bekele, el hermanísimo, se hundiera; antes de que Lagat se coronara, la táctica de Jesús España, el campeón de Europa. Su presencia en la final habla de un atleta enamorado de lo imposible. De un cabezota. "Sí se puede", dice. Y se lanzó a poner la prueba a sus pies, en cabeza, a ritmo medio y sostenido, controlando la carrera, esperanzado en que aquello no se convirtiera en un revientapiernas lleno de atletas dispuestos a morir matando.
Fue el grito del hombre blanco. Mottram, australiano de piernas interminables, respondió a la llamada. Juntos vieron desfilar el tiempo en cabeza, lentamente. Por los 2.000 metros pasaron en 5m 47s. Por los 3.000, en 8m 36s. Y los favoritos, vigilándose. Y todos, tensamente cómodos. Y Lagat, keniano nacionalizado estadounidense, sonriente, pensando en su magnífico sprint y en que no había una alianza del odio contra él, que tiene tantas cuentas pendientes con ex compatriotas y ex vecinos africanos.
"A mí ver esos tiempos me daba un poquito de alas, pero al final...", reflexionó España, séptimo entre la jauría africana. "Son mejores porque se entrenan más duro que nadie y porque sus familias pasan penurias. Tienen que ser los mejores para sacarles de la pobreza. Ésa es su motivación. El secreto es entrenarse duro. El americano ha quedado cuarto y se ha quedado cabreado. Eso demuestra que es un tío ambicioso, porque ha hecho un carrerón", comentó.
En la línea de meta se impuso Lagat. Su último esfuerzo agónico. Su deseo voraz de victoria. Su sprint sufrido, llorado y penado con gesto contraído. Y su segundo oro, el doblete en el 1.500 y el 5.000, que le iguala al marroquí Hicham el Guerruj, que lo logró en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Cuestión de hambre.
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