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Reportaje:

Amotinados por amor al arte

Más de 200 vecinos participan en la 26ª edición de la recreación del Motín de Aranjuez, ocurrido en marzo de 1808

"El pueblo vitoreaba al nuevo rey: el plan concebido en las antecámaras de palacio había sido puesto en ejecución con el éxito más lisonjero". El espíritu de Gabriel de Araceli, protagonista de los Episodios Nacionales y labios apócrifos, de Benito Pérez Galdós, recorre Aranjuez. Como hace 200 años. Vísperas del levantamiento de un pueblo que derrocó a un rey y provocó los primeros estertores del antiguo régimen.

La plaza de Parejas del Palacio Real de Aranjuez convocó anoche, por 26º vez, a una época. Un momento crucial de la historia de España: el Motín de Aranjuez. Para revivir los acontecimientos de marzo de 1808, más de 200 vecinos participaron en la representación del auge y caída de Manuel Godoy, bajo la dirección de Francisco Carrillo, director del Festival de Teatro Clásico de Mérida. Unas 4.000 personas acudieron al histórico enclave para ver de cerca la representación.

El dramaturgo José Monleón fue proclamado Amotinado Mayor
Para participar en la representación no hace falta ser actor, sólo querer hacerlo

Manuel Godoy, Grande de España, ministro máximo durante el reinado de Carlos V, se enfrenta a los fantasmas de la vejez y la locura, a la dolorosa punzada de un pasado glorioso, de una gloria perdida. Es ese sitio, la caída, el lugar de la geografía vital de Godoy el elegido para repasar su vida.

Una vida triunfal, que le llevará a dominar los resortes del poder en la España de comienzos del siglo XIX. Que le convirtió en objetivo del odio de la nobleza y el clero. Que se tornó en causa de su final por su ambición desmedida, que encontró parangón en la de su máximo antagonista: Fernando VII, hijo del rey.

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Y en su caída, hay un momento crucial: marzo de 1808. Las tropas de Napoleón se extienden por la Península incumpliendo el Tratado de Fontainebleau, obra de engatusamiento del ministro francés Murat. La corte está instalada en Aranjuez y Manuel Godoy, preocupado por las intenciones de Bonaparte, aconseja a Carlos IV que se traslade hacia el sur, hasta Sevilla, para asegurarse una salida hacia América en caso de que las tropas francesas decidan atacar.

El rey rechazó la propuesta, pero la estrategia de aquellos que querían acabar con Godoy ya se había puesto en marcha. Y a la cabeza de los estrategas, el Príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII.

Una vez extendido el bulo de que el rey tenía la intención de huir hacia América, sólo hubo que esperar a que el pueblo de Aranjuez hiciera el resto. Asaltando y deteniendo a Godoy, primero, y aclamando al Infante Fernando después. No hizo falta más que la abdicación de su padre para convertirle en rey.

El pueblo de Aranjuez volvió ayer, y ya van 26 años, a ser el alfa y omega de Godoy. Para participar en el Motín de Aranjuez no hace falta tener una máquina del tiempo para volver 200 años atrás. Ni siquiera es necesario ser actor. Sólo hace falta querer hacerlo.

Cada año, entorno a 200 personas participan en la representación. Son Godoy o Carlos IV. Fernández VII o la reina María Luisa. Pero son también el aristócrata ambicioso, el tabernero, los novios que pasean, el comerciante o la damisela cotilla.

Todo ello con una estética empapada de las pinturas de Goya y con el hilo conductor de la historia trenzada por Benito Pérez Galdós en los Episodios Nacionales. Sin olvidar un marco esencial: el propio Palacio Real de Aranjuez, escenario de espectaculares efectos de sonido y visuales a través de luces de colores

Antes de la representación, el alcalde de la ciudad, Jesús Dionisio, presentó al Amotinado Mayor 2007: el dramaturgo y Premio Nacional de Teatro José Monleón, quien, en su intervención, animó a los asistentes a "no embarcarse en motines sin saber a ciencia cierta quién saca partido de ellos".

Del Motín de Aranjuez sacó partido Fernando VII y la ambición desmedida del poder. Pero, finalmente, sacó partido Napoleón. Ya lo dijo Galdós: "En su ignorancia y necedad, a los cortesanos no alcanzaban a entender que habían envilecido el trono, haciendo creer a Napoleón que una nación donde príncipes y reyes se jugaban la corona a cara y cruz sobre la capa rota del populacho no podía ser inexpugnable".

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