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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La anomalía turca

Turquía tiene desde ayer por vez primera en los 84 años de la República de Atatürk un presidente con pasado islamista y una primera dama que lleva el hiyab. A la tercera vuelta, con una holgada mayoría, el Parlamento turco eligió a Abdulá Gül, hasta ahora ministro de Asuntos Exteriores y gran dinamizador de las negociaciones para el ingreso en la Unión Europea. De nada han servido las barreras levantadas por los militares y los laicistas para intentar cortarle el paso, que condujeron a las elecciones anticipadas en julio que ganó ampliamente el carismático primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). Erdogan, con el aval de las urnas, decidió seguir apostando por Gül para reforzar la autoridad civil de la democracia turca.

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Resultan intolerables las amenazantes advertencias públicas de los representantes de las Fuerzas Armadas turcas, que se consideran garantes del laicismo y de una democracia contra la que ha dado cuatro golpes de Estado desde 1960. Pero aunque aún constituyen un Estado dentro del Estado, los militares turcos han perdido una parte de su poder político con las reformas, aún insuficientes, para ingresar en la UE. No es casualidad que ahora sea el AKP el más ferviente partidario del ingreso en el club europeo.

Ese poder de los militares es la verdadera anomalía de Turquía, y no que un antiguo islamista llegue a la presidencia. Todo ello refleja la realidad social de un país poco preocupado, según los sondeos, por el pañuelo de la mujer del presidente, quien, sin embargo, no pudo, precisamente por su hiyab, estar presente ni en el Parlamento ni en el traspaso de poderes en el palacio de Cankaya, donde residirá. En ningún otro país europeo está prohibido a las mujeres llevar el velo en lugares oficiales, sea el Parlamento o la Universidad, aunque sea una disposición que avaló el Tribunal de Estrasburgo en el caso de una diputada turca.

Gül y Erdogan transitarán por un sendero estrecho, pero algo cambiará en Turquía. La presidencia de la República es algo más que un cargo honorífico. Dispone de resortes reales de poder, desde la firma o veto de leyes al nombramiento de jueces (incluidos los del Constitucional), de rectores universitarios y de presidentes de algunas fundaciones influyentes. Los laicos pierden así un fusible para asegurar que el país preserva "el principio de la República secular" que ayer Gül se comprometió a respetar.

La nueva situación de Turquía se convierte en un gran desafío para Europa. La UE no le puede dar un portazo a sus anhelos de ingreso, que son tantos como de modernización. Incluso el presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha matizado su oposición al ingreso en el club de los Veintisiete y ha dejado abierta la posibilidad de seguir abriendo nuevos capítulos en las negociaciones, siempre que no cierren la asociación privilegiada que él prefiere. La experiencia del ejercicio pleno del poder de unos islamistas moderados, que dicen aceptar las reglas constitucionales laicas, no sólo es crucial para Turquía, sino también para el conjunto del mundo musulmán y para Europa.

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