_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Gordillo en el País Vasco

El artista sevillano, afincado en Madrid, Luis Gordillo (1934) expuso en el País Vasco por primera vez en 1968. Aconteció en Bilbao, en la desaparecida galería Grises. Diez años después lo hizo, también en Bilbao, en la galería Ederti. En 1981, el Museo de Bellas Artes bilbaíno presentó una muestra antológica de su obra. Al año siguiente, fue el museo de Vitoria el que exhibió una antológica de sus dibujos. En 1993, expuso en la galería Windsor, igualmente en Bilbao. Al año siguiente, se celebró una antológica de su obra gráfica en el Bellas Artes bilbaíno. Ese mismo año se preparó otra exposición de obras gráficas en la galería Colón XVI de la capital vizcaína. En 1999, su obra se mostró en San Sebastián en la galería DV. La última muestra en el País Vasco se llevó a cabo el año pasado en Colón XVI de Bilbao.

Como mago de la inseguridad y campeón de la paradoja, está convencido de que nunca se culmina una obra
Gordillo ha aspirado siempre a que su carrera artística estuviera regida por una continua e imprevisible progresión

Se recuerda este paso por el País Vasco de Gordillo a propósito de la muestra que en estos momentos se puede ver en el Museo Reina Sofía de Madrid. Se trata de una exposición antológica con obras que van desde 1959 a 2007. Permanecerá abierta al público hasta el 25 de octubre. Más tarde, la exposición se llevará al Kunstmuseum de Bonn (del 12 de marzo al 25 de mayo de 2008).

La exposición antológica del Reina Sofía es el itinerario de una vida de creación apasionante, a través una muestra de etapas diferentes, unas tras otras y unas de otras. Gordillo ha aspirado siempre a que su carrera artística estuviera regida por una continua e imprevisible progresión. Para que así fuera se ha movido en todo momento en la dicotomía de la construcción y la destrucción. Se ha empeñado en ser uno y muchos a la vez. Y lo ha conseguido mediante el psicoanálisis (se ha psicoanalizado en varias ocasiones, durante muchos años). Como divagador de lo difuso, ha creado formas artísticas que parecen haber sido producidas por psicópatas irreducibles o por niños con su don natural de lo espontáneo o por personas sin ningún tipo de formación cultural. Su yo interior se ha desdoblado profundamente para conseguirlo. Los resultados derivan hacia un mundo irónico y lúdico, donde reina el sutil sueño de la memoria, lejos de la vida competencial que gira en torno a la realidad. Para ello ha vivido con apasionamiento la misteriosa bipolaridad del espejo -la figura del doble como gran leitmotiv de su producción artítica-, oponiendo lo informal a lo formal, lo lúdico a lo serio, lo intrascendente a lo trascendente y, al final de todo y más importante, la irrealidad a la realidad.

Me parece menos significativo aducir que realiza grandes cuadros a partir de unidades muy pequeñas, dado que lo pequeño le permite una mayor variedad, además de recordar que en sus obras sobresale un marcado acento de provisionalidad e inacabamiento. Más vale saber que un Gordillo insatisfecho obliga al Gordillo de siempre a empezar de nuevo y de cero. Un Gordillo inmiscuyéndose en las ideas de Gordillo, en un obsesivo afán por ver cómo nace un renovado Gordillo, muy distinto al conocido. Esa es la clave para entender su arte. Y siempre bajo la inclinación a expresar una cosa y la opuesta, todo ello al mismo tiempo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Como mago de la inseguridad y campeón de la paradoja, Gordillo está convencido de que nunca se llega a culminar una obra. Él se ve como el antihéroe de la obra bien terminada, pero sabe que debe intentarlo cada día. Quizá en eso estribe su salvación como artista. De ahí que se le perciba no tanto preocupado por alcanzar el logro de la obra superiorísima como por conseguir que cada obra sea distinta a la anterior. Dicho de otro modo: no persigue la pureza ni la identidad; corre tras la complejidad formal y lo heterogéneo. O sea, no le importa el destino final, sino el camino.

En la búsqueda permanente de la desarmonía de los contrarios, creo ver algo del poeta francés Rimbaud en Gordillo. En eso, y en tomar lo real como imposibilidad, junto al exacerbado intento de ambos por adentrarse sin freno alguno en el variopinto universo de la espontaneidad.

Ajilimójili. Con el Premio Velázquez de Artes Plásticas, otorgado hace un par de meses a Luis Gordillo, se premian sus persistentes y obsesivas pesquisas por explorar dominios que no se comprenden, que se nos escapan. Él ha afrontado el peligro, yendo hasta el extremo de experiencias que muy pocos son capaces de querer y, mucho menos, poder rebasar. Cada etapa plástica por la que ha pasado siempre ha ido precedida por una suerte de rearme moral. Ésos son sus poderes; ésa su vida consagrada al arte. Sepan por ello lo difícil que resulta encontrar en estos tiempos un artista auténtico, tal Luis Gordillo. Tan difícil y tan raro como encontrar un pajarito zurdo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_