Dr. Strangelove, volamos hacia Moscú
Lo han vuelto a hacer. Los muchachos alquimistas de Wall Street han hecho saltar por los aires el laboratorio. Y cuando se les ha preguntado por el desastre que han montado no han tenido reparo en contestar que "estos acontecimientos nuestros modelos predecían que solo podrían pasar una vez cada 10.000 años, pero han ocurrido durante tres días seguidos". ¡Qué tropa! Tan listos para unas cosas y tan tontos (e insoportablemente vanidosos) para otras.
En cualquier caso, ya tenemos al elefante en el salón de la economía global. La fase de abundante liquidez global y elevado apetito por el riesgo está archivada y ahora hay que aprender a vivir de "otra forma". Una posibilidad es caer en la tentación del esto-ya-lo-decía-yo y anunciar que ya no hay solución y que nos encaminamos a una depresión mundial. Conociendo la irresistible inclinación de la tribu al Apocalipsis, a poco que los medios les den la oportunidad, serán legiones quienes se apunten a este bando; sobre todo, en los países en los que el calendario electoral está cercano. Ya verán lo que nos vamos a entretener.
Latinoamérica hoy tiene superávit de cuenta corriente, pero no se puede esperar que no le afecte la reabsorción mundial de liquidez
La alternativa que Kubrick llamaría como-aprendí-a-dejar-de-preocuparme-y-a-amar-la-bomba sería ocupar las neuronas en hacer arqueo de las fortalezas y debilidades con las que contamos para adaptarnos al nuevo escenario. Es menos lucida pero a la larga es mucho más satisfactoria para la democracia y la prosperidad global. Dos actuaciones recientes (los bancos centrales inyectando liquidez en los mercados monetarios y las agencias de rating revisando al alza la calificación de algunos países emergentes) sugieren que aunque efectivamente tenemos un problema, también contamos con las condiciones, instituciones, políticas y personajes necesarios para encontrar las soluciones.
Si hace unos años a cualquiera de los que hemos vivido crisis en Latinoamérica nos hubieran dicho que, en la misma semana que la Fed oficializaba que la crisis de mercado tenía consecuencias que amenazaban el crecimiento global, el rating Brasil se había ganado un upgrade que le situaba a un escalón del investment grade nos hubiéramos preocupado por lo que fumaba o ingería el informante. Pero exactamente eso es lo que anuncio este jueves de agosto Moody's. Aunque los mercados monetarios, bursátiles y cambiaros de México, Brasil y Chile exhiben algunos moratones, estos países están surcando la crisis como países graduados de la maldición latinoamericana. Y no es cosa de brujería. Como demuestran los contraejemplos regionales, lo que ocurre es que los mercados han aprendido a ser más selectivos y a diferenciar entre grados de estabilidad macroeconómica.
Pueden pensar que todo eso está muy bien pero que abiertamente es una locura pretender que Latinoamérica puede salir indemne tras esta estocada a la economía global. Es verdad. La integración de la región en la economía mundial hace inevitable que la desaceleración mundial y el ajuste internacional de precios relativos afecten los niveles latinos de actividad.
Y pese a que la región hoy tenga un superávit de cuenta corriente y abundante reservas no se puede esperar que no le afecte la reabsorción mundial de liquidez. El tema no es si habrá impacto, sino la magnitud del mismo, si sus efectos serán temporales o permanentes y cual será la factura para cada uno de los países relevantes de la región.
Basándonos en un reciente estudio del FMI se podría cuantificar en medio punto el crecimiento que a medio plazo la región perdería si el crecimiento mundial se desacelera en torno a una desviación típica (lo que equivale a caer 1,15 puntos porcentuales) el EMBIG aumenta 75 puntos básicos y el precio de los commodities cae un 5%. No es mucho. Ahora que todo lo anterior no sólo puede pasar sino que cuando pase, puede inducir a cometer variadas insensateces económicas y políticas.
Por ejemplo, se pueden redefinir las prioridades macro y aflojar ahora en la lucha contra la inflación. Ya saben: un poquito más de crecimiento al precio de un poco más de inflación. Pero entre todas, la más estúpida y costosa de las posibles tentaciones sería la revocación o cuestionamiento de la autonomía de los bancos centrales. Por el momento no hay que alarmarse: las clases medias emergentes de las que ya hasta The Economist se hace eco y las agencias de rating mantienen geográficamente acotado el ámbito del viejo intervencionismo y populismo francófono. Pero nunca hay que bajar la guardia. Y además, quien avisa no es ni villano, ni traidor.
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