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Aste Nagusia
Columna
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Motivos personales

Todos los años nos espera el mismo calvario en la Aste Nagusia a cuenta de la contratación de grupos o cantantes. Y es que no aprendemos. Ya nos es igual que se caigan del cartel (Este año la ausencia sonada ha sido la de Chayanne); es igual que se aluda a motivos personales, epidemias, cataclismos, abducciones o secuestros; es igual que las ausencias se hagan públicas quince días antes o quince minutos antes del concierto; es igual que, como pasó el año pasado con Lorna, al final suba al escenario una individua distinta a la Lorna original.

¿Por qué todos nos toman por el pito de un sereno? El alcalde lleva este asunto con resignación (Sus respuestas a la prensa cuando debe contestar a estas cuestiones son cada vez más displicentes) y pienso que es comprensible su profundo desapego de este caos contractual. Porque los políticos, a esos efectos, nunca han hecho otra cosa que no sea continuar el modelo festivo demagógico, desordenado e irresponsable que nos hemos montado entre todos, y mal le iría a aquel alcalde o concejal que hiciera amago de cambiarlo.

Claro que los desencuentros municipales con el gremio de los cantantes vienen de muy lejos

La costumbre de traer cantantes a 150.000 o 200.000 euros por noche, a cuenta del erario público, se ha convertido en uno de los vicios execrables de la Aste Nagusia. De todos modos, hay que admitir que semejante dispendio también se ha convertido en norma del presupuesto público de muchas otras poblaciones, así que al menos no somos en esto una triste excepción.

Pero lo más divertido en nuestro caso es que en ocasiones, en muchas ocasiones, los contratados de lujo ni siquiera son artistas en la cresta de la ola o con una notable trayectoria o con una abrumadora corte de seguidores en Bilbao, sino fantasmas del pasado, histriones de los años setenta (o momias, como Iggy Pop, que asomó una noche de 2005 por la villa) que suben al escenario y no dejan nada memorable a sus espaldas. Nada que no sean una factura de 200.000 euros.

En el ámbito de los conciertos musicales se ha instalado un modelo de fiestas un tanto perverso, cuyo influjo se deja sentir en muchos de los municipios de Euskadi: la socialización del costo de las fiestas. Ignoro si la "Euskadi Sozialista", a la que se lanzaban goras durante la Transición, en txosnas pero también desde los escenarios donde se orquestaban las verbenas, tiene que ver con esto, pero lo que está claro es que entre nosotros se presume que toda celebración, evento, concurso, contrato, concierto, carrera, festejo, homenaje, encuentro, recital, recreo o francachela que vaya a organizarse debe correr a cargo del presupuesto público. Y no hay iniciativa privada, empresa, asociación ni individuo particular que pueda, quiera o deba aflojar un solo euro propio durante los nueve días de fiesta, salvo para financiarse el tósigo de txosna o el combinado de hotel.

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Los artistas contratan grandes actuaciones con nuestro ayuntamiento pero luego aluden a "motivos personales" para dar la espantada. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué no se persiguen estos incumplimientos con la misma saña con que se persigue a los conductores que aparcan en doble fila o a los que tienen la mala fortuna de tropezar en su camino con un mastodonte de Bilbobus? Si el Ayuntamiento no tiene respuestas, nadie en su sano juicio puede tenerlas, pero a lo mejor convendría plantearse si merece la pena invertir anualmente 200.000 euros de los bilbaínos en que venga al escenario de Botica Vieja alguna vieja (valga la redundancia) gloria del rock.

Claro que los desencuentros municipales con el gremio de los cantantes vienen de muy lejos. En los tiempos del legendario Gorordo, se anunció a bombo y platillo que Joan Baez iba a editar un disco con la grabación del concierto que próximamente ofrecería en Bilbao. Lo primero que hizo la artista fue desmentir la noticia. Nunca hemos tenido suerte y parece que nunca vamos a tenerla.

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