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Pasaporte para Plimlico

Antonio Elorza

La joven militante de Nafarroa Bai estaba entusiasmada. Cuando en Euskal Telebista le preguntaron por su opinión ante el hecho de que en las fiestas de Bayona imperase la misma vestimenta que en los sanfermines, con el pañuelo rojo sobre la blusa blanca, no dudó en contestar: "Es algo muy hermoso. Eso prueba que somos hermanos. ¡Somos un mismo pueblo!". Más o menos, lo que el verdugo estaliniano Beria le contaba a su hijo, resaltando la necesidad de la lectura del libro clásico de Alejandro Dumas, en cuyas páginas al parecer exhibían su valor los héroes de la patria caucásica: "Los tres mosqueteros eran gascones, y los gascones son vascos, y los vascos son georgianos". La única diferencia entre ambas captaciones mitológicas, traídas por los pelos, reside en que la recomendación del segundo de Stalin no parece haber incrementado el número de víctimas de su barbarie, en tanto que la aparentemente ingenua creencia en la entidad imaginaria Euskal Herria las cuenta ya por centenares y no lleva camino de extinguirse.

En realidad, esto es lo que se encontraba en juego al plantearse la posibilidad de que los socialistas navarros y Nafarroa Bai formasen Gobierno después de las últimas elecciones. En política, como en otros asuntos de la vida, encontrarse a mitad de camino significa poco: importa saber cuál es la dirección que se ha tomado. A comienzos de los ochenta, acompañar a los antiguos etarras liderados por Mario Onaindía tenía pleno sentido, en la medida que resultaba inequívoca su orientación hacia la democracia. La historia de Euskadiko Ezkerra vino a probar el acierto de tal diagnóstico. En cambio, servir de escabel a nacionalistas radicales o no radicales, rechazando tal adscripción, como hace en la actualidad Ezker Batua, no supone otra cosa que actuar de forma oportunista, a cambio de unas migajas de poder, fortaleciendo la hegemonía del nacionalismo. Análogas consideraciones pueden aplicarse a una asociación PSN-NaBai acordada a ciegas. Es por supuesto muy importante que la formación dirigida por Patxi Zabaleta haya renunciado a la lucha armada, y condene en consecuencia la práctica del terror, pero eso en modo alguno agota el tema de su posible consideración como partido de gobierno en Navarra. Detrás de la cortina de NaBai, conviene tener en cuenta lo que piensa el verdadero protagonista, Aralar. Hubiera sido más tranquilizante que desde su posición como segundo grupo votado, NaBai planteara algo tan lógico como encabezar la alianza con el PSN, si de lo único que se trataba era de hacer una gestión "de progreso" y "de cambio", objetivo perfectamente alcanzable a la vista del balance de UPN. Pero si de entrada la coalición daba por buena la primacía del tercero en discordia, ello confirmaba de modo indirecto que sus metas eran otras, en la línea de la concepción mitológica expuesta por la militante anónima en Bayona. Se trataría ante todo de avanzar hacia lo que su nombre indica, Navarra'tik Nafarroa'ra, de la Navarra actual a la Nafarroa abertzale, con el euskera por emblema y el horizonte abierto a la materialización de la imaginaria Euskal Herria independiente, de rasgos idénticos a la que busca el nacionalismo radical, con ETA a la cabeza. Con toda la cautela del mundo, pues Patxi Zabaleta y los suyos son conscientes de que parten de una posición minoritaria y hay que caminar a pequeños pasos, ante todo hacia esa primera vinculación entre la CAV y el ex reino, contando con el favor de un PSN que, siguiendo el ejemplo de los mayores, ve con buenos ojos la colaboración con un grupo independentista. Más allá de los números, con el cocktail de independientes y ésta o aquella vicepresidencia, esto es lo que estaba en juego, y lo que ha quedado en la sombra. Con evidente ventaja a medio plazo para los abertzales navarros, y descrédito para quienes han mostrado al mismo tiempo sus ansias de poder y su vacío en cuanto a estrategia política. Una vez más, el PSOE no ha sabido, o no ha querido, explicar nada.

El desafortunado episodio viene a recordar una vez más que en el caos que caracteriza a su política autonómica, la responsabilidad del Gobierno de Zapatero es tanto mayor cuanto que el PSOE dispone de

unos planteamientos de base perfectamente definidos desde Santillana sobre el tema, nunca utilizados, y que en toda esta maraña de tratos y contratos, los planteamientos de los demás jugadores son conocidos de antemano, en cuanto a las principales opciones: para nadie es un misterio lo que buscan ERC, ETA o Aralar. Como consecuencia, resulta inexplicable que se prolonguen negociaciones sobre contenidos de fondo innegociables. En el caso más inmediato, antes que invitar a NaBai a resignarse en la forma a un papel de segundón que va a lo suyo, hubiese bastado acotar el posible programa común en el tema vasco, en verdad y no de cara a la galería, para saber en dos días si la coalición resultaba viable. Y si lo fundamental era no perder votos en las generales del próximo año, apaga y vámonos desde el primer momento: el castigo que reciba el PSOE en Navarra por tal fiasco estará más que merecido. Sólo que los socialistas navarros partían de una posición centrada en la pugna entre navarrismo conservador y abertzales, que ahora queda inutilizada. Como en Cataluña o en Euskadi, pierde el PSOE, pierde la democracia.

En una vieja película inglesa de humor, protagonizada por el gran Stanley Holloway, los habitantes del barrio de Plimlico descubrían, al realizar unas obras, que un rey les había otorgado una carta de independencia en la Edad Media. La primera reacción consistía en una oleada de entusiasmo, al modo de la tan citada militante de Nafarroa Bai. El repliegue sobre la identidad imaginaria produce una satisfacción infinita. Lo malo es que suele asentarse sobre el rechazo irracional de otra identidad realmente existente, en nuestro caso las identidades duales de vascos y catalanes, y se orienta hacia la destrucción, antes que a la difícil labor de edificar en el vacío. Lo ponen de manifiesto los análisis de Thomas Jeffrey Miles para la reciente política cultural del nacionalismo catalán: su propósito no ha consistido en el despliegue creciente del "idioma propio", sino en la "descastellanización", en la asimilación forzada del otro, de acuerdo con un nacionalismo étnico, no cívico, mediante el cual una élite trata de imponer sus ideas y sus intereses al conjunto de una sociedad, presentándolos además como expresión de la misma.

Es un rasgo común a nuestros nacionalismos periféricos, ensimismados cada uno con su Plimlico, que en vez de impulsar la construcción nacional les legitima en apariencia para buscar ante todo la destrucción del otro, de todo lo que huele a "España", con la consiguiente quiebra de los equilibrios conseguidos en el Estado de las autonomías. Amparándose en la bipolaridad PSOE-PP, los nacionalismos se han hecho con esa forma de poder simbólico cuya característica principal, según Pierre Bourdieu, consiste en excluir toda puesta en cuestión de sus planteamientos, generando una forma de pensamiento autoritario. Aquel que critique la última deriva del catalanismo, observable en la gestación del Estatuto, seguirá la misma suerte ya conocida por los no nacionalistas en Euskadi.

El costoso fracaso en Navarra debiera servir para que el Gobierno y el PSOE quebrasen ese círculo vicioso, recuperando el papel de gestión y regeneración de la democracia constitucional que les fuera conferido por los electores tras la era Aznar. No reside el problema en el pluralismo de la "nación de naciones", sino en el campo libre dejado a unos discursos nacionalistas que se presentan como portadores de la única legitimidad y excluyen todo diálogo ilustrado. El ejemplo del Plimlico escocés, surgido por obra y gracia de Tony Blair, prueba que la angelización de los nacionalismos, y el desconocimiento de su potencial disgregador, son susceptibles de llevar de la forma más estúpida a un riesgo de fractura en Estados democráticos dotados de una existencia secular.

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

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