Julio César, en el limbo
Julio César Espíndola, un argentino de 41 años, sabe lo que es estar atrapado en un aeropuerto. Llegó a Barcelona el 8 de mayo desde Buenos Aires. Tras 15 horas en tierra de nadie, fue deportado. El motivo de su visita era apadrinar el bautizo de su sobrino. Llegó al puesto de control con su pasaporte, dinero de sobra y una carta de invitación, un documento por el que un residente legal puede invitar a un extranjero a pasar unos días en el país.
Su hermano Amadeo vive de forma irregular en España. Tuvo que ser una amiga de éste quien le expidió la carta. Julio César apenas la conocía. "Los policías me dijeron que ella podía meterse en problemas". La legislación prevé, en efecto, penas de cárcel por favorecer la inmigración ilegal. De ahí que el comisario Hidalgo insista en que "siempre debe existir un vínculo familiar o de amistad" entre el que invita y el invitado. "No vale lo de conocerse por Internet", remacha.
A Julio César se le denegó la entrada por la vía más común: la policía creyó que venía a residir y trabajar en España y, para ese fin, carecía de los documentos necesarios. El hombre, natural de Santa Fe, insiste en que sólo quería ver al hijo de su hermano, al que aún no conoce. Pero asegura que su entrevistador trató de engañarle "con preguntas capciosas". "Me invitaron a firmar un documento en el que decía que, si se me presentaba una oportunidad laboral, la tendría en cuenta. Firmé para que me dejaran en paz. Pero pequé de ingenuo, porque entonces me dijeron que me iban a deportar". El Cuerpo Nacional de Policía niega esta versión.
La aventura de este argentino no había hecho más que comenzar. Pasó la noche casi en vela en la sala de retornados. A la mañana siguiente firmó el documento en presencia de una abogada de oficio, que "en ningún momento intervino", lamenta. A las nueve horas, tomó el vuelo con regreso a Argentina. "Dos policías me llevaron hasta dentro del avión, y todo el mundo me miraban como si fuera un terrorista. Yo sólo quería irme de allí".
Julio César perdió 1.400 euros y no pudo asistir al bautizo de su sobrino. "Sólo sé que se llama Bruno. Aunque es pequeño, le compré una guitarra. Los policías me dijeron que quería tocar en el metro. No le guardo rencor a España, pero... no pienso volver".
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