Fraga y la memoria democrática
En una entrevista a Manuel Fraga hecha a su mayor gloria que se publicó el pasado 12 de agosto en este diario, el beligerante ministro de Información (es decir de propaganda) del general Franco insiste una y otra vez en que hay que olvidar la oposición al franquismo porque recordarla es contrario a los valores de la transición. La conocida e incontrolable tendencia del señor Fraga al exceso le lleva a afirmar que la ley "de la memoria histórica" es "un disparate" y que la amnistía que supuso la transición canceló un pasado "de cuyos muertos fueron responsables los políticos de la II República española". Remata la tirada con el dislate de que toda amnistía es una amnesia.
Obviamente el señor Fraga habla pro domo sua, pues en su largo ejercicio del poder franquista ha actuado desde siempre como martillo de herejes, digo de los demócratas, lo que se ha traducido en una codiciosa acumulación de agresiones antidemocráticas.
Sin ánimo exhaustivo cito unas cuantas: su comportamiento represor como director del Instituto de Estudios Políticos y su asentimiento entusiasta a la ejecución del dirigente comunista Julián Grimau y a la campaña de prensa que la justificó; la manipulación, mediante director interpuesto, del Instituto de la Opinión Pública que él creó; su brillante actuación en el Consejo de Ministros en el que se decidió la exclusión de sus cátedras de los profesores Aranguren, García Calvo y Enrique Tierno; la agresiva campaña por los 25 años de paz franquista que él orquestó; su turbia intervención con ocasión de los acontecimientos de Montejurra, en los que fueron asesinados varios carlistas; su permanente hostigamiento a la democratización universitaria y su acción contra los intelectuales demócratas, en particular en el caso de CEISA y la Escuela Crítica; la represión contra las mujeres de los mineros; su repulsión a entrevistarse en los años 70 con Santiago Carrillo, por considerarle responsable de la matanza de Paracuellos, del que ahora se declara hermanado en su compartido patriotismo nacional.
No hay identidad sin memoria y renunciar a la memoria democrática como pretenden los heredo-franquistas, sería, mal que le pese al antiguo ministro de Franco, debilitar gravemente los principios y valores de la democracia española.
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