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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fuera de control

¿Qué será necesario en Irak para que se produzca una inflexión que permita contemplar el inmediato futuro del país árabe como algo diferente de una guerra civil total atizada por el terrorismo más feroz? Contra el paisaje de atentados suicidas sincronizados que causan cientos de muertos, como los ocurridos el martes en el Kurdistán, la reciente convocatoria del desacreditado primer ministro Nuri al Maliki a una cumbre de las diferentes facciones para intentar in extremis evitar la desintegración de la coalición de Gobierno suena a broma macabra.

El diezmado Gobierno del chií Al Maliki nunca ha sido de unidad entre chiíes, suníes y kurdos, como se anunció; tampoco ha tenido una agenda común y ha sido incapaz en más de un año de imponer el menor atisbo de seguridad en Irak. Es cualquier cosa menos un poder apto para controlar la situación de un Estado por momentos inviable. La destrucción con cinco camiones bomba de una barriada habitada por una secta minoritaria kurda, considerada herética por los suníes, cerca de Mosul, se inscribe directamente en la psicopatía colectiva que se ha adueñado de un país convertido en laboratorio mundial del terror indiscriminado y el fanatismo.

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Importa poco en este desquiciado contexto si la voladura del barrio yazidí es o no atribuible a Al Qaeda. Lo verdaderamente decisivo en el Irak de hoy es que a Estados Unidos, pese a sus 160.000 soldados desplegados, se le ha ido por completo de las manos. Algo que la progresiva debilidad política del presidente Bush no va a contribuir a cambiar. En el horizonte de Bagdad no hay indicios de que su Gobierno, inoperante, enfrentado y abandonado por casi la mitad de sus miembros, vaya a ser capaz de detener el infierno.

El primer ministro Al Maliki, al que hasta muy recientemente Bush mostrara públicamente su apoyo, parece a estas alturas un fusible a punto de saltar. Un fusible sin recambio visible y cuya irrelevancia, por otra parte, se acrecienta a medida que Washington endurece, y no sólo verbalmente, el tono hacia el vecino Irán.

En esta deriva se inscribirían las supuestas intenciones de la Casa Blanca de declarar a la Guardia Revolucionaria iraní como grupo terrorista. La Guardia, el cuerpo militar más integrista y fiel al belicoso presidente Ahmadineyad, ha adquirido desde la elección de éste, en 2005, un desusado protagonismo, aderezado con un creciente músculo financiero internacional, vertiente ésta en el punto de mira de Washington. Su inclusión entre los grupos terroristas añadiría una inquietante dimensión a la confrontación de Bush con Teherán a propósito de las ambiciones nucleares de los ayatolás.

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