_
_
_
_
Semana Grande
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mira quién fuma

Con mucha vista, quizá demasiada, quienes arman el lío de la Semana Grande suelen incluir en el programa actos o eventos que no forman parte propiamente de la misma. Antes bien, desbordan el marco temporal de la Aste Nagusia, pero quedan muy bien dentro de ella. Me refiero a la Quincena Musical y a ciertas exposiciones de mayor o inmenso ringorrango. Y lo de inmenso no es una hipérbole ni una invención, porque se da la circunstancia de que lo expuesto por el escultor Igor Mitoraj y el principalmente pintor Julian Schnabel no puede ser más grande. En efecto, parece difícil superar los tamañazos que utilizan ambos. Respecto a otras grandezas, mejor no hablar. Los pedazos anatómicos de Mitoraj puestos en el paseo de la Zurriola hubieran quedado mejor en la secuencia inicial de 2001, odisea del espacio o en el festival de cine de terror, por el casi gore de los mutilamientos que hacen imaginar chorros de sangre de bronce, que es la sustancia de la que están hechos.

La Tabacalera quería ser una guinda y un pastel, pero se va derritiendo por el camino

Respecto a lo que Schnabel expone en la Tabacalera resulta más difícil pronunciarse, porque parece imposible que dentro de obras tan grandes pueda caber tan poquita cosa y, sin embargo, resulta obvio que las obras no podrían haber encontrado mejor marco donde exhibirse. En efecto, el abandono de la fábrica que fue la Tabacalera traducido en desconchamientos, manchas, herrumbres de todo tipo y distintas presencias industriales -termos, una grúa puente, el calendario laboral de 2002 (fecha del cierre del establecimiento) y otros armatostes- casa perfectamente con lo que los cuadros de Schnabel contienen, que viene a ser lo mismo, pero en grande (y enmarcado o como mínimo acotado).

Y esto plantea un curioso dilema: ¿habrá que gastarse el dinero en acondicionar el lugar o bien en hacerse con una colección permanente de obras de un estilo parecido -sólo parecido, hum, ya me entienden- para que encaje en el decorado industrial que destila tanto encanto? Hombre, barato no es conseguir, pongamos por caso, cuadros de Kiefer, Baselitz, Kienholz, De Kooning, Rothko, Tàpies y otros, pero aún se está a tiempo de conseguir los forrentamil millones (tacita a tacita...) puesto que todavía la Tabacalera no tiene proyecto, como ocurre con muchos discurrimientos oficiales que primero crean o adquieren el continente para luego no saber qué contenido darle. Pero uno suputa que lo que menos tiene es dinero, de ahí la improvisación constante para intentar mantener abierta las salas como sea pareciendo que se hace dentro de una estrategia. Por cierto, la indigencia material se plasma no sólo en el desmoronamiento del lugar, sino también en la falta de un sistema adecuado de iluminación de las obras de Schnabel, aspecto que se ha tratado de paliar con una especie de guiño a la simbiosis entre obra y lugar, ¿a que queda chulo así, con ese aspecto dejado? ¿Y a que es una buena idea calzar algunos de los cuadrazos con bloques de hormigón, aunque queden inclinados? Pues no, ambas cosas resultan un abuso retórico, pero adelante.

La Tabacalera quería ser una guinda y un pastel, pero se va derritiendo por el camino. Aquí la responsabilidad no es de quien está al frente del organismo -qué hacer sin recursos- y tampoco es municipal, sino tripartita, pero de un tripartito institucional -con el Ayuntamiento están en el asunto la Diputación y el Gobierno vasco- y no político (sólo hubiera faltado Madrazo ahí). No, no salen buenos humos del lugar que los fabricó durante tantos años. Más vale que nadie se acuerda de la pasta que se llevó cierto especialista en organizar este tipo de lugares y que se largó sin entregar una maldita idea a cambio, porque entonces los que estaríamos echando humo seríamos los ciudadanos. Eso y... pero, vale, que estamos de fiesta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_