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Columna
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Terremotos de agosto

El terremoto último (o habría que decir el anteúltimo) producido en España ha superado los cinco grados de magnitud y su epicentro ha estado en Ciudad Real, de manera que no lo hemos notado en el país de los vascos. Somos el epicentro de otras cosas, de otros graves asuntos y seísmos que, sin embargo, afectan a pesar de la distancia a lugares ajenos a nuestra mismidad como Ciudad Real. Antes que nada habrá que distinguir -como Fernando Puras en la entrevista dada a este diario- entre la dimensión cuantitativa y la cualitativa (de Navarra y de los socialistas de Navarra en el caso de Puras). Podemos ser pequeños, nos vienen a decir o nos decimos a nosotros mismos, pero pesamos mucho (o tal vez es que somos más pesados que el plomo, quién sabe). El caso, afirma Puras, es que "si Sanz cambia y cumple, no será por convicción, sino gracias a los socialistas".

De modo que el seísmo de Navarra, que ha hecho tambalearse las salitas de estar de Ciudad Real (ya que no los despachos de Ferraz), ha servido finalmente de algo y para algo, es decir, para tal vez cambiar al señor Sanz, cosa quizás difícil, pero nunca imposible. Dios escribe derecho, ya se sabe, con renglones torcidos. Y a lo peor la torticera historia del pacto que no pudo prosperar, triste donde las haya (porque termina mal, como la Apología y petición de Jaime Gil de Biedma), sirve, digo, ha dicho Puras, para cambiar a Sanz y, de rebote, cambiar la suerte de los ciudadanos de la comunidad foral. ¿Qué más nos da que el cambio (si llega a producirse) del presidente Sanz sea por convicción o convección? Por convección se mueven las grandes masas de aire sobre la superficie de la tierra. La convección actúa en la formación de nubes y vaguadas, ciclones y anticiclones. Interviene en los ciclos hidrológicos y, en fin, manda en la meteorología. ¿Por qué no iba a cambiar el presidente Sanz como cambian y mudan los vientos?

Seamos, por lo tanto, optimistas. Pongamos al mal tiempo buena cara y no temamos a los terremotos, huracanes y demás veleidades atmosféricas. Al final siempre escampa, eso dicen. No seamos cenizos. Odón Elorza anuncia desde San Sebastián la posibilidad de un futuro soleado y tripartito, con Patxi López entre la izquierda de Javier Madrazo y los nacionalistas de Aralar. El futuro, por tanto, podría depararnos gobiernos transversales, tripartitos, felices, de progreso. ¿Quién desea un Gobierno de retroceso pudiendo aspirar a uno de progreso? El Gobierno de Iberratexe, según parece, no es lo suficientemente transversal ni de progreso, pese a que en él habita don Javier Madrazo desde hace cierto tiempo. El futuro posible que anuncia Odón Elorza, además de progreso y transversalidad, nos traería "una bocanada de aire fresco". Más meteorología. Eso quiere decir, se supone, modos y caras nuevas, además, por supuesto, de nuevas ideas. ¿Pero quedan ideas indemnes en nuestro atribulado país y cabezas capaces de soportarlas? Seamos, nuevamente, optimistas.

Pero los terremotos no respetan la transversalidad, ni el progreso, ni nada. Uno puede encontrarse en Barcelona, intentando llevarse a la boca un poco de vapor y algo de hidrógeno (¿quién necesita más en pleno agosto?) en algún restaurante de algún imitador de Ferrán Adriá, y de pronto encontrarse sumergido en el caos. Un lugar donde nada funciona. Un apagón total. Un atasco completo. Un fiasco permanente. Transportes que no transportan. Trenes que no conducen a ninguna parte. Aeropuertos convertidos en jaulas. Un lugar donde nadie se hace cargo de nada. Nadie tiene la culpa de nada y todos se la echan unos a otros. Lo único que se mueve en Cataluña estos días es la culpa, que va de mano en mano como falsa moneda real. Porque el caos es real, como Ciudad Real.

Con Pujol estas cosas no pasaban, aseguran algunos. Pujol tenía un pacto con los terremotos o quizás era un mago de la convección. Otros juran, en cambio, que el castillo de naipes que al parecer ahora se derrumba lo levantó Pujol precisamente. El diseño es puro humo cuando hay un terremoto y se apaga la luz. Boadella camina con una gran linterna por el Paseo de Gracia, disfrazado de Ubú. Barcelona ja no és bona (Gil de Biedma se duerme en Bocaccio). Tendremos que emigrar a Ciudad Real, donde las cosas de verdad se mueven.

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