Aniversario de una utopía
Aunque con los años el rock and roll dejó de ser transgresor y se convirtió en carne para las masas, y quienes practicaban el amor libre hoy tienen familia y votan republicano, el barrio de High-Asbury, capital de la contracultura -hoy un triste supermercado de parafernalia hippy-, celebrará, a principios de septiembre, un megaconcierto para explotar la efeméride, aunque no queden vivos más que un puñado de músicos de aquella época.
Pero al margen de la explotación comercial del aniversario, lo cierto es que el legado estético del verano del amor, con sus colores estridentes, sus formas sinuosas y su exceso de expresividad, haría historia, y aunque la mayoría de sus protagonistas no musicales fueron relegados al olvido artístico, el Whitney Museum of American Art de Nueva York ha decidido reivindicar la estética psicodélica que impregnó el arte, el cine, el diseño gráfico y la moda con una exposición titulada, cómo no, Verano del amor, arte de la era psicodélica.
"Entrar en esta exposición es como tomarse un LSD", comentaba durante la inauguración a principios de verano Peter Golden, un coleccionista de pósters enamorado "del espíritu de los sesenta y setenta", y que prestó para la muestra parte de una colección privada que incluye los célebres carteles con los que se anunciaban los conciertos del local The Fillmore, en San Francisco, donde hicieron historia Cream o Jefferson Airplane.
Colores naranjas, verdes y azules eléctricos, saltando desde cuadros y dibujos con formas obsesivas, vídeos del Joshua Light Show (el predecesor de la cultura del vídeo jockey), tipografías ilegibles escondidas bajo dibujos sinuosos, música de sitar, espacios multimedia dirigidos a alterar los sentidos, revistas underground y portadas de discos históricas, como la de Frank Zappa sentado desnudo en la tapa del váter... Un revival de imágenes, sonidos y colores para viajar en el tiempo y entender el impulso creativo y las ambiciones utópicas de la psicodelia.
Entre los artistas homenajeados por el Whitney está Gerd Stern, quien confesaba risueño que a sus 78 años aún se toma algún LSD de vez en cuando. "Esta exposición es muy importante para nosotros porque supone un reconocimiento que siempre se nos ha negado. Además, nos obliga a revisitar un momento clave de nuestras vidas en el que pensamos que realmente podíamos cambiar el mundo". Stern, que forma parte del grupo artístico USCO, cuyos miembros cedieron sus nombres individuales porque creían en el arte comunitario, mostraba orgulloso la pieza Strobe Room 1967/2005, una habitación psicodélica donde la combinación de luz y sonido te hace perder la orientación sensorial. "Para nosotros fue importante buscar la expansión de la conciencia a través del arte. Y el LSD jugó su papel. Yo lo sigo tomando porque sigo interesado en experimentar y no es adictivo. Aquella fue una época de experimentación, hoy en cambio todo se hace con fines comerciales", comentaba a este diario.
En ese sentido, el comisario de la muestra, Christoph Grunenberg, negaba que el aniversario de los 40 años del verano del amor hubiera sido la clave para montar la exposición: "Esta muestra se inauguró en la Tate Liverpool en 2005 y lo que buscábamos era reivindicar una estética que en realidad todavía nos influye. La moda la recuperó a principios de los noventa y el tecno volvió a popularizar los espectáculos de luz. En el mundo del arte actual, Chris Ofili está muy influido por la psicodelia. Políticamente fue una utopía muy naïve, pero en el fondo no es malo creer que puedes cambiar el mundo, ¿no?".
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