Un nuevo Erasmo
La censura, abominable práctica, tan miserable y cobarde como la tortura; y tan difundida también. No le interesa a J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) la censura en su dimensión política o institucional, aunque inevitablemente el libro alude a casos resonados de persecución de la libertad de expresión y de la autonomía creativa del artista. Lo que le interesa en Contra la censura es la intrincada moralidad (o eticidad, para decirlo en pedante) del vínculo entre el escritor/artista acosado, silenciado o coartado y el Estado y sus censores, entre el creador y el poder; y la muchas veces tortuosa relación que entabla el propio censurado con su obra y con quienes lo persiguen o le niegan la libertad. Como en Disgrace, el escándalo moral, el acto inicuo, lo que ofende o se hace reprobable a los ojos de otro, o sea, la falta, trasciende para el surafricano Coetzee el pecado y se revela como encrucijada trágica, el escenario de una paradoja ética, como si a través del acto censurable el escritor buscara de forma perversa la afirmación de sí mismo y la consagración de su genio.
CONTRA LA CENSURA: ENSAYOS SOBRE LA PASIÓN POR SILENCIAR
J. M. Coetzee
Traducción de Ricard Martínez i Muntadas. Debate. Barcelona, 2007
347 páginas. 20 euros
La literatura de Coetzee -tanto da si se trata de ficción o de ensayo- alcanza así su cota más elevada y se legitima en su función reveladora, al recuperar aquella capacidad única, producir aporías, que sólo se encuentra en las grandes tragedias clásicas. Igual que los clásicos, investiga sobre los confines de lo ético o lo decoroso, poniendo las reglas de la conducta moral en el límite de ellas mismas.
Como suele ocurrir con las co
lecciones de artículos, unos tienen más interés que otros, unos son más pertinentes o próximos a nosotros. Tras una larga introducción en la que desmiente la traducción española de su título y se esfuerza en cambio por sintetizar la complejidad del fenómeno que se propone estudiar y su extraña manera de examinarlo -obsesionado por la presencia de un censor, o de un cómplice de la censura, en el propio escritor censurado-, Coetzee recorre escenarios de lo censurado y lo censurable, la lógica del censor y la complicidad del perseguido. Investiga la pornografía, examinada a la luz de los argumentos de la feminista radical Catharine McKinnon que, en nombre de una ofensa sobre la condición y la dignidad de la mujer, sostiene que hay que poner la pornografía fuera de la ley. Y por cierto, malentiende las tesis de McKinnon, porque tan cierto es que el mundo del feminismo radical no es ninguna panacea universalizable como incontrovertible es que McKinnon y Andrea Dworkin logran desentrañar como nunca la naturaleza bestial del deseo masculino.
En la insostenible posición de Erasmo frente al estallido de las guerras de religión europeas busca Coetzee un símil de su propia dificultad para adoptar justa independencia y autonomía crítica. Redescubre así una suerte de lúcida estulticia para sí mismo como intelectual y la eleva a ideal: en tiempos de maniqueísmo e intransigencia -viene a decir- el hombre sabio ha de comportarse como un tonto incapaz de tomar posición. Brillante, espléndido, el ensayo sobre Erasmo.
Repasa las paradojas e incon
sistencias de Foucault con relación a la locura y se alinea con René Girard, cuyo concepto de deseo mimético le sirve para echar nueva luz sobre algunos casos célebres de censura en la Rusia soviética (la Oda a Stalin del poeta disidente Osip Mandelstam y la arrogancia de Solzhenitsin). Y, en los ensayos sobre la censura en Suráfrica, analiza el diálogo subliminal que su compatriota Breiten Breytenbach mantiene en sus obras con quienes lo perseguían o nos enseña el horror teórico del apartheid, revisando la teoría de la pureza, la contaminación y el contagio en la obra del escritor racista surafricano Geoffrey Conjé, cuyas ideas harían bien en repasar nuestros puristas vascos y catalanes, aunque sólo sea para comprobar cuánto se parecen a las suyas propias.
Libro complejo y de enorme riqueza, donde lecturas inteligentes y comprometidas sobre el dar y el quitar la palabra logran la proeza de formular un problema de poética (¿cómo se puede crear en condiciones de censura?) a tenor de una calamidad política y un dilema moral; y, de paso, reafirman a su autor como uno de los grandes moralistas de nuestro tiempo.
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