De ágrafos, ladrillos y macacos
Además de leer cada día menos, se nos está olvidando hasta escribir. Primero fue el teléfono fijo. Su uso generalizado acabó con la correspondencia epistolar y apenas se mandan ya otras cartas que las bancarias, burocráticas o publicitarias. Como mucho seguimos enviando tarjetas postales con una panorámica de las pirámides de Egipto o un paisaje caribeño y con "cuatro letras", comentando que lo estamos pasando "de p. m". Hace tiempo que desaparecieron las fogosas líneas entre los enamorados o entre los progenitores y los hijos, contando detalles mil de la existencia ordinaria. ¡Qué lejos aquellas misivas de amigos, colegas y familiares! Casi tanto como las epístolas de san Pablo.
Lazcoz y Agirre tendrán cien días de tregua y, luego, unos les tirarán con ladrillos y hormigón y otros con patatas
La generalización de Internet nos hizo recuperar, en parte, la vocación de literatos, de académicos -como Anasagasti- de la real gana. Mensajes cortos, frases lacónicas, con economía de palabras -como recomiendan los autores reconocidos- y jerga chabacana, pero escritos al fin. Pues bien, ahora, con la invasión de los teléfonos móviles, la Red tiene nuevo rival; chatear o enviar mensajes que se redactan con un lenguaje críptico, como de Mortadelo del CNI, que ahorra sílabas, que utiliza signos, abreviaturas, iconos y un chapurreo de consonantes, que para los no iniciados y las mentes pre-tecnológicas resultan incomprensibles. En fin, son cosas de la globalización y tienen su aspecto positivo, pero quisiera romper una lanza en recuerdo de las cartas de mi juventud: prolijas, sentidas, calenturientas,... Supongo que esperadas y recibidas -como nuestras fiestas- con alegría. Nos hemos convertido en ágrafos. El tiempo es oro, y lo parece.
Se fueron: por la puerta grande -sin pisar ningún charco considerable- Ramón Rabanera, y por el voto, que no una brillante oposición, Alfonso Alonso. Ahora llegan, quizá con más bríos que proyectos, Patxi Lazcoz (alcalde) y Xabier Agirre (diputado general). Como debe ser, tendrán cien días de tregua y, luego, unos les tirarán con ladrillos y hormigón y otros con patatas. Es duro el oficio, formar parte de la "clase política" y ser tan incomprendidos. Alguien se ha preguntado por qué la abstención aumenta y la afiliación disminuye; llegará el día en que, además de pedirnos el voto, nos escuchen y lean con atención.
A mis años se acrecienta cierto escepticismo y se asienta el sentido común. Se deja de ser un tanto arriscado, en feliz expresión del malogrado Juan Reizabal, al que tanto echamos en falta. Por cierto, gracias a este abogado muchos pudimos disfrutar desde su privilegiada atalaya de las bajadas de Celedón, con excelente bodega y auténtico habano. Para mí, todo será ya otra cosa e incluso tendremos la tentación de salir corriendo de Gasteiz para que no nos salpique el cava barato o el kalimotxo peleón ni la cicatera herencia de los conservadores.
Hace años, unos publicitarios encontraron la piedra filosofal del leer -del no creer- en el mono. Y el cronista, revisando viejos papeles, se topa con que fue emitida una provocadora cuña en casposa emisora de radio que decía así: "El Estado español invierte muchos millones de pesetas cada año en extender y nutrir las bibliotecas populares. Aprovéchese. El animal no lee; no sea animal". El mencionado episodio nos recuerda un relato de Francisco Ayala: Historia de macacos. Asimismo, me viene a las mientes el verbo "desasnar", que utilizara don Ciro Bayo, en sus peregrinaciones americanas, de la época en la que ejerció como maestro de escuela entre los gauchos de la Pampa. Chimpancés, macacos, monicacos,... animales de dos patas, lo que importa es tener el ánimo suficiente para no serlo... del todo y a pesar de los genes. En fiestas, si lo puede evitar -a sus años y con esa labrada reputación de gasteiztarra modélico- no imite al mono, que muchos móviles tienen cámara... y la gente memoria.
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