"El mar está sobrexplotado"
Rillo pesca desde niño, heredero de una tradición que arranca de su bisabuelo
Cuando su bisabuelo comenzó a pescar en Tarragona, el puerto de la ciudad era apenas cuatro piedras herederas del lugar en el que Roma desembarcó en la Península. Agustí Rillo, Agustinet, no es de Tarragona, sino del Serrallo, uno de los barrios con más personalidad propia de la ciudad y que, pese a su evolución, aún huele a salitre, a redes de pesca viejas y a sardinas a la plancha. Como siempre.
Así es Agustinet, un pescador de los de toda la vida, heredero de una tradición familiar que ya ha comenzado a traspasar a su hijo, el patrón de su barco.
Rillo pesca de noche. A la luz de una bombilla, y a menos de 60 millas de la costa, se acercan los boquerones y las sardinas que caerán en la red de L'avi Juanito, como se llama su barca. Con el pescado en la embarcación, se tira de nuevo la red, si hay tiempo. Si no, vuelta al puerto. Unas ocho horas en total: todas de madrugada y al amanecer, de domingo a jueves.
"Si no hacemos bien las cosas podemos cargarnos el mar en cinco años", dice Rillo
"El horario no está mal", dice este enamorado de la mar, que a sus 60 años considera que se ha pasado la vida practicando su hobby. Poca gente habrá en Cataluña que sepa más del pescado azul que él. "A veces se escapan de la luz", lamenta, aunque los modernos aparatos de su barca, estrenada recientemente, le ayudan a detectar los bancos de peces como nunca antes. Así, Rillo puede reconocer casi con toda seguridad de qué especie se trata. "Es como quien iba en un seiscientos y se compra un Mercedes", dice sobre su flamante embarcación.
En el puerto de Tarragona faenan hoy 14 barcas que van a por el pescado azul, cuatro menos que en 2002, en una caída del sector que es constante desde las últimas dos décadas. Su inversión de millones de euros en su nueva barca es la excepción a un panorama general que Rillo ve con muchas reservas. "El mar está sobreexplotado. Nos lo hemos cargado entre todos, tanto los pescadores como los gobiernos", admite. "Hoy se consume un 30% o un 40% más de pescado que antes", añade.
Demasiado consumo del mar de Tarragona, con recursos limitados. Los pescadores locales practican vedas ecológicas desde los sesenta, pero sufren el intrusismo de embarcaciones procedentes del sur de España. "Lo hacen porque así sus aguas se regeneran más", explica Rillo, que lamenta que, pese a las constantes reclamaciones a las administraciones, nadie ha impedido la sobreexplotación del litoral tarragonés.
El día que Rillo atendió a este diario capturó 85 cajas de sardinas y 17 de boquerón. Unos 2.100 euros, al precio del día. No fue una mala noche, aunque ese dinero hay que repartirlo con una tripulación de 11 marineros -todos ellos con seguridad social y contratados- y hay que descontar el gasoil, los impuestos, el mantenimiento de la barca y los créditos. "Trabajamos 10 meses al año", añade el patrón. Se trata, pues, de un negocio de subsistencia.
Y fuera del mar los problemas para los pescadores locales continúan. Pese a que el pescado azul cuenta con una distinción de calidad de la Generalitat -Indicación Geográfica Protegida-, nada lo diferencia en las pescaderías del resto de sardinas o boquerones. No hay etiquetas que distingan el producto, como ocurre con el vino, el aceite o cualquier otro comestible con denominación de origen. "Y hoy llega pescado de todo el mundo. En Tarragona se vende sardina de fuera", se queja Rillo.
Hoy, los pescadores venden el kilo de sardina a dos o tres euros. A comienzos de los noventa, su precio era de seis euros, y no era raro que una barca recogiera 1.000 cajas (actualmente el tope fijado es de 300). En aquella época fue cuando más prosperó el negocio de Rillo. Antes, reconoce que llegó a pasarlo realmente mal, cuando sucedió lo peor que le puede ocurrir a un pescador: se le quemó parte de su barca, la antecesora de L'avi Juanito, que fue la primera en Tarragona en llevar un puente de aluminio. La había hecho construir en 1981, y él mismo trabajó en los astilleros de Tarragona. Y antes que él, su padre tuvo otra barca; y antes que su padre, su abuelo otra más antigua aún, la Carmen.
El negocio de Rillo tiene heredero. No todos los armadores de Tarragona tienen un hijo que continúe su trabajo. En parte por esta circunstancia, Rillo no ve claro el futuro de su oficio. "Si no hacemos bien las cosas nos podemos cargar el mar en cinco años", dice. Además, los costes actuales, en relación a cuando empezó, "se han disparado", asegura. Quizá por esto las barcas de llum, como se las conoce, llevan hoy una docena de pescadores como máximo, mientras que en los setenta se ganaban la vida una veintena en cada barco.
Agustinet, de momento, sigue en el barrio. Y aún es fácil hoy, como siempre, encontrar un sitio en el Serrallo para desayunar atún fresco o sardinas a la brasa y pan con tomate.
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