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EL PODER DE LA ARQUITECTURA

Así se cocina la forma del planeta

Anatxu Zabalbeascoa

"LA ARQUITECTURA tiene sus raíces en la creación de un refugio, pero se ha convertido en un intento de crear una visión particular del mundo". La arquitectura del poder es un libro que ningún político debería dejar de leer. Ningún alcalde, pero tampoco ningún ciudadano que se haya parado a observar cómo y cuánto cambia su ciudad. Leyéndolo no sólo aprenderá cómo un puñado de arquitectos se están repartiendo la cara futura del mundo. También recordará que, en febrero de 1996, sucedió algo increíble en el equilibrio del poder cultural del planeta. Equipos rivales de obreros coreanos y japoneses -trabajando de sol a sol en el sofocante calor tropical y a la luz de focos por las noches- terminaron las Torres Petronas, en Kuala Lumpur (Malaisia). Con mano de obra de Bangladesh -que ganaba pocos dólares al día y se desplomaba agotada en las camas de los cobertizos, instalados en la misma obra, que les cedía el siguiente turno- y bajo las órdenes de capataces australianos e ingenieros alemanes, por fin lo consiguieron. Por primera vez desde que se construyeron las catedrales góticas, la estructura más alta del mundo ya no estaba en Occidente. Deyan Sudjic relata también que la construcción de la nueva capital de la India, en Delhi, en el verano de 1912, se hizo enviando los planos en barcos de vapor. Después de que Jorge V echara los cimientos, el virrey decidió por su cuenta construir la ciudad en otro lado. La decisión pasó inadvertida porque Gran Bretaña estaba enfrascada en una feroz discusión no acerca del lugar en que debía construirse la urbe, sino acerca del aspecto que debía tener.

En un ejercicio casi maquiavélico en el que hace pasar por cotilleo la erudición, Sudjic cuenta también en cinco pinceladas la transformación de Ankara, una capital que transmitía el lenguaje de la modernidad turca gracias al diseño ideado por refugiados de la Alemania nazi -Bruno Taut, Hans Poelzig o Margarete Schütte-Lihotsky- y sus consecuencias para kurdos y armenios. Pero no todo es pasado en este apasionante ensayo que se lee como una novela de intriga. En él se discute igual la personalidad de ciertos arquitectos que la de algunos clientes o políticos. Así, por sus páginas desfila el polaco Daniel Libeskind con la bandera norteamericana en la solapa en su peregrinar por los programas de televisión para tratar de construir el nuevo World Trade Center. Aparece también un Tony Blair desorientado y un Angelli seguro de sí mismo, capaz de encargar a un arquitecto poco estridente como Renzo Piano su mausoleo en Turín. A Sudjic, uno de los críticos de arquitectura más creíbles del mundo, se le nota su preferencia por el riesgo tanto como su aversión por el espectáculo. Pero escribe cosas tan delicadas de manera tan argumentada que se hace difícil creer que no piensa lo que dice. Por ponerle un pero, el libro, que fascinará a cualquier lector inquieto, puede tropezar cuando alguien no tenga en la cabeza la imagen de los edificios más famosos del siglo veinte. El autor se defiende: "Uno hace un libro sin ilustraciones porque confía en que las palabras harán su trabajo". Y así es. Un libro fascinante.

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