Retrato del artista como rata
En una destacada escena de esta delicatessen animada, un personaje prueba la versión sofisticada de un plato tradicional y el sabor le devuelve, repentinamente, a la infancia. Se ilustra, así, con precisión, una de las señas de identidad de la gastronomía de vanguardia: reconstruir la cocina de la madre por otros medios. Una forma que mira al futuro en busca de un fondo cargado de ecos: la estructura profunda, en suma, de la tortilla de patatas deconstruida por Ferran Adrià o de la carn d'olla reformulada por Sergi Arola. Ratatouille podría tener su doble simbólico en cualquiera de esos platos: una virtuosa filigrana digital que, en sus créditos finales, reivindica -y hace bien- su condición de animación genuina, cocinada a mano y sin recursos a esa motion capture que es como la Thermomix del dibujo animado. Como cada nueva película con el sello Pixar, Ratatouille se presenta como la última palabra en esplendor digital, pero el secreto de su encanto está en su fundamento tradicional, en el lento proceso de confección que va desde el trazo a lápiz hasta la cegadora imagen de síntesis del producto acabado.
RATATOUILLE
Dirección: Brad Bird. Género: Comedia. Estados Unidos, 2007. Duración: 110 minutos.
Dirigida por Brad Bird, responsable de El gigante de hierro (1999) -extraordinario clásico oculto de la animación tradicional cargado de nostalgia pulp- y de Los Increíbles (2004) -un watchmen para toda la familia-, Ratatouille parte de un choque de contrarios similar al que, a mediados de los cuarenta, hizo nacer a otro afrancesado icono animado: el seductor (y maloliente) Pepe LaPeste de las fantasías animadas Warner. Aquí, Remy, una rata de escrupuloso paladar, se convierte en indeseable intruso -y, a la vez, tabla de salvación- en el pulcro universo de la alta cocina, protagonizando una aventura de épica autoafirmación personal que, entre otros alicientes, reflexiona sobre la naturaleza de todo proceso creativo y lanza algunas cargas de profundidad sobre el ejercicio de la crítica.
Empeñado en reivindicar que la animación es un lenguaje y no un género, Bird predica con el ejemplo construyendo una ficción capaz de seducir al adulto sin necesidad de recurrir al guiño referencial o al zafio recurso del doble sentido. Ratatouille tiene alma de gran comedia y su trama avanza, acelerada, combinando las suficientes raciones de slapstick para no condenar al espectador infantil al aburrimiento con lo que realmente le interesa al director: contar una historia de larguísimo alcance sobre las virtudes de la cocción lenta, la perseverancia del genio y el triunfo de la excelencia sobre la mediocridad. Ratatouille podría ser una película igualmente grandiosa si no fuese animada, pero sólo la animación podía hacerla posible. No se pierdan el magistral corto animado que sirve de aperitivo a este banquete de puro lujo.
Babelia
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