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Columna
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Mariña Dor

A dor da Mariña, así de simple. El nombre no es mío. Me lo han dado los artistas de la Sala Nasa que, a través del humor, intentan demostrarnos que el estado del litoral bien podría ser un esperpento si no fuese una tragedia. No sólo en la Mariña lucense. Extendámoslo a Cedeira, Fisterra, Corcubión, O Grove o Gondomar por poner sólo algunos de los numerosos ayuntamientos perfecta muestra de crecimiento desmedido y parodia del desarrollo sostenible.

Lo realmente curioso es que los vecinos que han puesto el grito en el cielo por la famosa ley de protección del litoral y sus archiconocidos 500 metros se jactan ahora de tener 117 banderas azules. Tenemos playas con accesos, aparcamientos, arena blanquísima y aguas cristalinas pero no podemos mirar en dirección contraria al mar. En la mayor parte de las poblaciones costeras no hay depuradoras que controlen los vertidos al mar, carecemos de suministro de agua potable, también de red de alcantarillado, proliferan los pozos negros y el ladrillo ha encontrado un lugar mejor para asentarse que la tierra: la arena.

Sigamos pensando que el uso del litoral es ilimitado y que podemos robarle metros al mar al mejor postor. Pongámonos el turismo masivo de Benidorm por montera y creamos que con este fino orballo en los hombros proliferarán los guiris como setas. Entonces, cuando lo hayamos destruido todo, cuando ya no quede nada que edificar quizás nos demos cuenta de que muchos de los que escogían Galicia como destino turístico no lo hacían por el sol o la playa sino por otros recursos que hemos ido matando poco a poco. Que primaban los parajes naturales, la tranquilidad, la gastronomía, la cultura, la naturaleza.

Entonces quizá sea demasiado tarde. Pero no lo será sólo para el sector hostelero, no se engañen. Una vez que los vecinos del litoral hayan vendido sus tierras a las grandes constructoras por cuatro perras se darán cuenta de que sus hijos tienen que marcharse. Porque ellos venden por dos y los edificadores de segundas viviendas los venden por 500. Los vecinos no pueden edificar, sólo comprar un chalé por varios cientos de miles de euros y, vaya, su sueldo de percebeiro no da para tanto. Si creen que exagero pregunten en Cedeira, en Miño o en Foz.

Que sumar habitantes está muy bien, particularmente dada nuestra pirámide poblacional invertida, y cuantos más mejor si eso repercute en la economía local. Pero no a cualquier precio. No si los vecinos no son beneficiarios directos sino perjudicados por una urbanización masiva que sube los precios del metro cuadrado construido.

No si los únicos que se frotan las manos son constructores y concejales que se reparten los planes generales de urbanismo como si fuesen cromos. No si a cambio no logramos que la calidad de vida de esas zonas y de sus habitantes mejore, tanto en puestos de trabajo como en servicios. Que todos sabemos los costes del progreso, pero el deterioro paisajístico, además de una catástrofe natural, es pan para hoy y hambre para mañana. Justo las antípodas del desarrollo sostenible.

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