La huella de Félix Iñurrategi en el Karakorum
La Fundación Felix Baltistán dedicada al alpinista fallecido mantiene una escuela de montaña y varios proyectos de cooperación
La huella de Félix Iñurrategi (Aretxabaleta,1967-2000) continúa intacta en el Karakorum. A las faldas de esta gran cordillera, cuarenta jóvenes aprenden cada temporada técnicas de alta montaña en la Felix Green Mountain School, que impulsó el menor de los dos hermanos pocos meses antes de morir en el descenso del Gasherbrum II (8.035 m.). Desde entonces, un grupo de montañeros vascos, y amigos de Félix, han mantenido su compromiso solidario con esta región de Pakistán impulsando, junto a la escuela de montaña, distintos proyectos sanitarios y educativos con los habitantes del valle de Hushe (Baltistán). Hoy son ya 410 los socios de la Fundación y media docena las instituciones comprometidas. "Esperamos en un futuro ser la gran ONG de los montañeros", señalan los responsables de Felix Baltistán Fundazioia.
"Después de tantos años viajando por esas tierras y de pedirles ayuda en cada una de nuestras escaladas, era de justicia que les ayudáramos nosotros a ellos a cambiar su situación de pobreza", explica Alberto Iñurrategi, agradecido por todos los trabajos encargados a los habitantes de estos valles. Y es que la visión de la montaña que compartían los hermanos Iñurrategi iba más allá de lo deportivo o turístico, también implicaba valores. Como ellos, toda una generación de montañeros trasladó su segunda casa en las laderas de las grandes montañas de planeta.
Txema Cámara era uno de ellos. Viajó al Karakorum por primera vez en los años 80 con una sola idea en la cabeza: escalar su gran pirámide de hielo, el K2, pero sus habitantes hicieron que regresara con ganas de quedarse. "A todos los que nos hemos unido a la Fundación nos une la misma pasión por la montaña y los lazos de amistad con los habitantes del Hushe", asegura Cámara quien ha colgado las botas de montaña por la gestión de los proyectos de la ONG.
El baltí Ibrahin Akon fue el cocinero en la expedición vasca al K2 de los años 87 y 89; Ibrahin Rustan, el jefe de los porteadores, y Rustan Alí, uno de los guías. Ahora se han convertido en los ejes en torno a los que gira la ONG, por ser las principales contrapartes. Les pidieron dinero para sus familias y los montañeros respondieron con una fundación.
Esta nueva ruta por el Karakorum comenzó en 2000. La expedición formada por los hermanos Félix y Alberto Iñurrategi, José Carlos Tamayo y Jon Lazkano recibió un premio de la Diputación de Guipúzcoa por el rescate realizado en el Nanga Parbat (8.125 m.) a un montañero suramericano gravemente herido. El dinero decidieron destinarlo a impulsar la escuela de alta montaña de la localidad de Machulu, de donde procedían la gran mayoría de sus sherpas. Una ayuda que se convertiría en el última huella que Félix dejara en el Karakorum y supuso, a la vez, el inicio del cambio. "Es una satisfacción saber que la memoria de mi hermano perdura de este modo en el valle. Fueron los propios baltíes los que me propusieron cambiar el nombre de la escuela, que ya estaba en activo desde el 97", relata el mayor de los Iñurra, sorprendido por las muestras de afecto que todavía hoy recoge por el trabajo de Félix.
La fundación se creó por la mezcla de varios factores: había recursos, ganas y mucha gente con la misma preocupación. El accidente mortal de Félix, hace ahora siete años, fue sólo el detonante. "En las expediciones conoces a gente que viven de un modo muy extremo. Pasas muchas horas con ellos y cuando te vas no eres capaz de olvidarles", asegura Cámara, ilusionado con atraer la inquietud de todos los montañeros hacia la Fundación.
Este lazo afectivo ha generado ahora cuatro proyectos de cooperación. La mejora de los recursos agrícolas de la zona, situada a casi cinco mil metros de altura, fue el primero de ellos. Con la ayuda de la BBK, introdujeron la mecanización y fertilización de las tierras. "Tan sólo cultivan una vez al año. El resto del tiempo se alimentan a base de harina y sobreviven al frío atrincherados en sus casas. La mujer es la encargada de las tareas del campo. Allí tan sólo sobreviven", explican.
Un proyecto les llevó a otro. La necesidad de formar a técnicos agrícolas impulsó un segundo proyecto educativo para asegurar una mínima escolarización. "Realizamos un diagnóstico de las escuelas del valle y vimos las grandes deficiencias que sufrían. Ahora trabajaremos en varias líneas, como la formación desde Euskadi de dos profesores de la zona y la concesión de becas universitarias para que, a su regreso, los estudiantes dirijan ellos la futura escuela, que cierre el proyecto", anuncia Alberto Iñurrategi, decidido a abrir una nueva vía alternativa en el Karakorum.
Más de cien guías salidos de la escuela
El valle de Hushe palpita al ritmo de las expediciones. Con la llegada de la temporada del verano, los varones se ofrecen como guías, porteadores de material o cocineros para los montañeros que aprovecharán los meses de buen tiempo para atacar las cumbres del K2 o los otros tres ochomiles de la cordillera. O simplemente para realizar el trekking del Baltoro a la sombra de las grandes montañas. Una vez que llegue el monzón, todos regresarán a sus casas. "Con el dinero que ganen en esos meses vivirán todo el año. Las mujeres se habrán encargado de trabajar la poca tierra cultivable", resume Txema Cámara, coordinador de proyectos de la Fundación y experto montañero.
Desde el inicio, los habitantes de Machulu propusieron a los montañeros vascos que les ayudasen con una escuela de montaña. Allí aprenderían a ser guías de altura, lo que multiplicaría por diez sus sueldos en las expediciones internacionales. Y así lo hicieron. Felix Green Mountian School ha formado ya a más de un centenar de jóvenes sherpas. Todos ellos bajo el mando de Adolfo Medinabeitia o Jon Lazkano. "Un porteador cobra 120 euros por cada uno de los viajes que realiza. Y no realiza más de tres por cada expedición. Sin embargo, los guías de altura cobran hasta 1.200 euros por un trabajo mucho más estable y que les permite estar en contacto directo con los occidentales, aprender su idioma y entablar buenas relaciones", explican.
Más de cien guías de altura ofrecen sus servicios a los pies de esta gran cordillera con los conocimientos aprendidos por personas llegadas del País Vasco, donde la montaña más alta no supera los 1.530 metros. "Tendremos montañas bajas, pero un corazón que llega bien alto", concluye Cámara, satisfecho de los resultados.
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