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Tribuna:TOUR 2007 | El quinto ganador español
Tribuna
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¿Dónde vas tú a esa velocidad?

"¿Y ese globero dónde va a esa velocidad? Buah, seguro que revienta dentro de unos metros... Debe de ser que no conoce la subida...". Un minuto después, a 180 pulsaciones y con un dolor de piernas muy considerable, me di cuenta de que ese globero de la Unión Ciclista de Pinto no iba a reventar. Me puse a su rueda y tiré de cabezonería para no descolgarme, porque fuerza no me quedaba mucha. Y entonces, a su rueda, me quedé todavía más sorprendido: la rueda tenía sólo cinco piñones (las bicicletas de entonces tenían como mínimo ocho) y llevaba metido uno de los pequeños; también llevaba metido el plato grande aunque la rampa que estábamos subiendo tenía más de un 10%; el cuadro tenía pinta de pesar más de 15 kilos y le quedaba grande; las zapatillas serían tres tallas más grandes que su pie... Pero ahí seguía él, pedaleando de pie con ese baile sobre los pedales tan característico que todavía hoy le hace inconfundible. El ritmo que marcó hizo que nos quedáramos solos en cabeza él y yo. Quise darle algún relevo porque nunca me ha gustado ir a rueda, pero enseguida él volvía a adelantarme para tirar porque no estaba a gusto con mi ritmo. Me decía que había que subir más deprisa, pero sinceramente yo no podía...

No sólo es un 'crack' por su cuerpo. Es un cabezón: consigue siempre lo que se plantea
Le daba igual romperse dos dientes y tener el cuerpo magullado. Sólo pensaba en la bicicleta
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Así conocí a Alberto Contador, ese crack que tiene a media España emocionada. Corría el año 1998: yo era cadete de primer año y él de segundo, pero ésa era su primera carrera. Fue en Torrelaguna (Madrid), y la subida en cuestión era el puerto de El Atazar. Aquella primera demostración y las sucesivas exhibiciones provocaron que todos le llamáramos Pantani.

En Pinto se dieron cuenta de que ese chico no podía correr con ese trasto, la famosa bici Orbea de su hermano, y le dejaron una en condiciones. Al año siguiente pasó a juveniles con el equipo de su pueblo, demostrando un motor para el ciclismo fuera de lo normal. El problema era que las carreras de estas categorías no son muy selectivas y casi siempre se resuelven al sprint, por lo que Alberto siempre se quedaba con ganas de más.

En su segundo año de juveniles, en 2000, fichó por el equipo en que corría yo, el Real Velo Club Portillo del barrio de Embajadores. Así empezó la amistad que hemos mantenido hasta hoy. Los entrenamientos en invierno llegaban a ser frustrantes porque era imposible ganarle. Creo que la única vez que le hice sufrir fue corriendo a pie por El Pardo: íbamos los dos en cabeza y salió un perro detrás nuestro y yo, que le tengo terror a esos animales, me puse a correr como un loco. Pero ni así fui capaz de descolgarle. Con esas piernas tan largas de keniano daba unas zancadas enormes... En otro entrenamiento, ya en bici, íbamos todos sufriendo a su rueda en una subida hasta que pasó un camión al doble de velocidad que nosotros. Alberto se pegó un sprint, se puso a rueda del camión y nos dejó.

La primera carrera de ese año fue el Trofeo Iberdrola, en Zamora. Alberto iba súper motivado porque se había entrenado mucho. (Por cierto, su bicicleta también había mejorado, ya que su tío le regaló una de primer nivel de Pinarello). Pero la motivación le duró la mitad de la carrera, porque en una bajada se cayó y se dejó un par de dientes por el camino. En la caída también rompió el cuadro de la bici, aunque él no se dio cuenta de eso porque le llevaron al hospital. Después fui a recogerle con Carlos Rosado, nuestro director, y nos las ingeniamos para que no viera cómo había quedado su bici, que iba en la baca del coche. Lo logramos durante un rato, pero en cuanto llegamos a un semáforo sacó la cabeza por la ventanilla y se dio cuenta del pastel. ¡Vaya mosqueo se pilló! Le daba igual que se hubiera roto dos dientes y que tuviera todo el cuerpo magullado. Su preocupación era la bicicleta y nada más que la bicicleta -lo cual era lógico, porque en su casa no sobraba el dinero y pensaba que su sueño de ser ciclista se iba a truncar-. Menos mal que su tío hizo unas gestiones y le consiguió un cuadro igual en unos días.

Fruto de esa caída le cogió miedo a las bajadas. En la primera carrera que ganó, ese año en Colmenarejo, nos escapamos los dos en una subida y cuando coronamos el puerto y nos pusimos a bajar tuve que ir esperándole porque Alberto iba tan asustado que tomaba las curvas parado. Tanto que el seleccionador de Madrid, que utilizó la carrera para elegir a los corredores que irían al Campeonato de España, dudó mucho en seleccionarle. Hoy baja los puertos como el fuego.

Alberto disputaba a muerte los premios de montaña. Y los ganaba siempre. Más de una vez le pasó que gastaba tantas fuerzas en la montaña que luego le costaba un mundo terminar la carrera. Aunque la pájara que seguro que todavía hoy recordará la sufrió en la segunda etapa de la Vuelta Internacional al Besaya, en Cantabria. La etapa terminaba en alto, en el pueblo de Bostronizo. Los extranjeros nos llevaban tan deprisa por el llano que no nos daba tiempo a comer. Y él, que siempre ha tenido cero de grasa, se quedó sin energía y perdió más de siete minutos en los cuatro kilómetros de subida. Vaya depresión que se cogió. Al día siguiente teníamos una cronoescalada y no quiso ni calentar. No salió del coche hasta que quedaban cinco minutos para la salida. Al final corrió y terminó quinto a muy pocos segundos del ganador, Aitor Hernández, hoy en el Euskaltel.

Alberto no sólo es un crack por el motor V12 que tiene en su cuerpo. Es un crack porque es un cabezón: se plantee el objetivo que se plantee, al final lo consigue. Tiene una confianza en sí mismo que no le he visto a nadie en mi vida. Yo, que también tengo mi ración de cabezonería, siempre me he fijado en él como ejemplo a seguir, pero he llegado a la conclusión de que está hecho de otra pasta, física y psicológicamente.

Me acuerdo de que en 2000 veraneé con él y con otros dos amigos de la bici en la Sierra de Gredos. Un día, entrenando por allí, encontramos una subida empinadísima que llegaba al pueblo de Navalsaúz. Para subir, había que retorcerse encima de la bici con el desarrollo más ligero. No sé a quién se le ocurrió apostar con él que no podría subirlo con el plato grande y los piñones pequeños, pero se picó y ganó.

En esas mismas vacaciones fuimos a jugar al frontenis con mi padre, una batalla perdida porque es imposible ganarle. Pero Alberto, claro, ¿cómo se iba a retirar él sin ganar? Siguió jugando más y más tiempo, pero no conseguía ganarle. ¡Cómo se picaba y qué ambición tenía! Parecía que no le dolían las agujetas, pero yo creo que ni se daba cuenta por la ambición y competitividad que tenía.

Así es su mentalidad. Y así ha llegado hasta donde está. Como llevo tanto tiempo viéndole hacer cosas fuera de lo normal, ya hace tiempo que dije que no me iba a sorprender. Me espero de él cualquier cosa, porque no sé dónde tiene el límite, si es que lo tiene. Lo único que puede sorprenderme es que gane un sprint con ese cuerpecillo.

Precisamente por esa confianza ciega que tengo en él sabía que volvería a triunfar después de que le diagnosticaran el cavernoma. Cuando le visité en el hospital era él el que nos animaba. Tiene una mentalidad de ganador y por eso siempre triunfará.

No volví a compartir equipo con él hasta el Liberty. Él ha seguido igual: cada vez con más confianza en sí mismo y con más ambición. El problemón de la Operación Puerto nos quitó la ilusión que teníamos cuando éramos juveniles y nos ha hecho ver el ciclismo con mucho escepticismo. De hecho, él decía que había perdido el romanticismo y que veía el ciclismo como un trabajo. Afortunadamente, confío en que el espectáculo que ha dado en el Tour le devuelva la ilusión perdida. No es justo perderla con 24 años.

Tuve la suerte de compartir equipo con Joseba Beloki, David Etxebarría, Marcos Serrano, Ángel Vicioso, Alexander Vinokúrov, Jörg Jacksche, Allan Davis... Sin embargo, nunca he conocido a ninguna superestrella desde sus inicios. Esta circunstancia me hace sentirme de una manera que no sabría describir: es una mezcla de orgullo, admiración, idolatría, respeto... Cuando hable con Alberto tras haberse convertido en una estrella del ciclismo no sabré qué decirle. Ahora mismo, lo único que se me ocurre es preguntarle: "¿Y tú dónde vas a esa velocidad?".

Carlos Abellán fue compañero de Alberto Contador en su etapa amateur.

Contador, de blanco como ganador del premio de la montaña de la Vuelta a la Sierra Norte de Madrid, con sus compañeros en el año 2000.
Contador, de blanco como ganador del premio de la montaña de la Vuelta a la Sierra Norte de Madrid, con sus compañeros en el año 2000.
Abellán y Contador en la subida de Añover de Tajo en 2000.
Abellán y Contador en la subida de Añover de Tajo en 2000.
En el podio de una carrera ganada en Colmenarejo en 2000.
En el podio de una carrera ganada en Colmenarejo en 2000.

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