Miseria de pensamiento único
Los ecologistas son buenos, los que construyen carreteras son malos. Todos los políticos de derechas y los centristas son unos cavernícolas, los de izquierdas representan la modernidad, el progreso y la decencia. Usar el vehículo privado es un pecado mortal, ir en bicicleta redime. Las plazas duras y el Fórum son el atractivo de Barcelona y no esa decimonónica Sagrada Familia. Los judíos constituyen un pueblo agresor, y hay que comprender que los islamistas radicales les masacren con sus katiuscas. El nacionalismo es un auténtico cáncer para el futuro de Cataluña, el jacobinismo plural de Zapatero es lo que nos conviene...
Así de simplón es el abc del pensamiento único que se pretende instalar en nuestro país. Sin el menor sonrojo se escribe: "cuando parecía que CiU había abandonado el delirio clientelar para hacerlo pasar por Sant Cugat, para favorecer, en esta idea tan familiar que los nacionalistas tienen, a un territorio propio, el penúltimo reducto del nacionalismo municipal; cuando se daba por superada la confusión provinciana entre un AVE y un tren de Cercanías, de los que pretendían una estación en el paseo de Gràcia, convirtiendo a un tren rápido en un metropolitano...".
Ante la gravedad de las afirmaciones suscritas por uno de los más ínclitos defensores de ese pensamiento único, Josep Ramoneda, creo necesario ofrecer respuestas contundentes. Lo haré, sin bilis, desde la racionalidad.
En primer lugar, vayamos al fondo de la cuestión, es decir, a la posibilidad de construir una estación para los TAV, o sea, para los trenes de alta velocidad (convendría asumir que AVE es una simple marca comercial, como lo es TGV) en Sant Cugat.
Un estudio realizado el año 2001 por una solvente empresa consultora establecía que la demanda potencial de la estación del Vallès se situaría en unos 5,2 millones de viajeros por año, absorbiendo una cuarta parte de todos los desplazamientos generados en la Región Metropolitana y realizados en ferrocarril de alta velocidad. La oferta de transportes propuesta consiste en un total de 60 trenes en cada sentido, en un día laborable. De éstos, 24 serían regionales y 36 de largo recorrido hacia los corredores de Valencia y de Madrid.
Creo que tan contundentes conclusiones poco margen le dan al pobre argumento "clientelar" de Ramoneda. Y, la paternidad del estudio, no debiera parecerle nada sospechosa. Se trata de un encargo efectuado por el área de cooperación de la Diputación de Barcelona, con el objetivo de secundar la voluntad de los municipios del Vallès de contar con un acceso fácil a esta fenomenal infraestructura que es la LAV.
Se habla también en el artículo de la "confusión provinciana" entre el AVE y el metro en relación a la estación del paseo de Gràcia. Tal confusión, de existir, tiene su origen en el Plan Director del Transporte en la RMB, aprobado por unanimidad por todos los partidos y todas las administraciones en el seno de la Autoridad del Transporte Metropolitano, el no tan lejano año 2002, donde se contemplaba dicha estación. Pero es que no existe ninguna confusión conceptual: por las líneas de alta velocidad, además de los queridos AVE del señor Ramoneda, van a circular trenes regionales, que constituirán los soportes de la movilidad cotidiana de miles de catalanes que, eso sí, habitan en algún "reducto nacionalista". Y a esos tortosinos, leridanos o figuerenses, les es fundamental no perder la centralidad en su acceso a Barcelona, que hoy ya tienen en la concurrida estación de Passeig de Gràcia. Además, en el contexto de la inminente liberalización del transporte de viajeros por ferrocarril, desaparecerá la operadora única y cada compañía ofrecerá servicios diferenciados según los intereses de los usuarios. Habrá trenes directísimos de Sants a Madrid, sin paradas ni en Lleida ni en Zaragoza. Y habrá también clientela para toda suerte de combinaciones intermedias; eso sí, siempre que exista una estación con el suficiente ámbito de influencia que garantice un flujo mínimo de viajeros. Tanto Sant Cugat como Passeig de Gràcia superan con holgura estos umbrales y, por ello, son perfectamente defendibles desde la racionalidad como alternativas, en un modelo coherente de transporte.
Mezclar las obsesiones antiidentitarias del pensamiento único con las controversias en relación al tren de alta velocidad no contribuye precisamente a serenar un debate tan vivo como imprescindible, y menos aún, faculta a denunciar las miserias de la politiquería.
Pere Macias i Arau es portavoz de CiU en el Senado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.