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Columna
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El año de la reflexión

No cabe duda que el año político ha estado dominado por la reforma del estatuto de autonomía. Cuando con el paso del tiempo se eche la vista sobre la evolución de la autonomía andaluza, no sólo este año sino el conjunto de la legislatura se recordará como el año y la legislatura de la reforma estatutaria.

Es verdad que el proceso ha acabado de una manera deslucida. La participación en el referéndum de ratificación del texto consensuado entre la delegación del Parlamento de Andalucía y las Cortes Generales fue raquítica, aunque la aprobación del texto fue inequívoca. El contraste entre la alegría desbordante que presidió el proceso estatuyente originario frente a la apatía con que se ha vivido el proceso reformador deja un sabor agridulce.

Pero aunque no ha habido entusiasmo, la reforma ha sido muy importante y con el paso del tiempo se comprobará. Las reformas estatutarias han sido la confirmación del bautismo estatuyente. El Estado Autonómico se había venido construyendo sin que hubiera un diseño inicial para su edificación. Se fueron sucediendo una serie de "hojas de ruta", con base en las cuales se acabó disponiendo de un Estado políticamente muy descentralizado, perfectamente homologable en cuanto tipo de Estado a cualquiera de los Estados federales que existen en el mundo. Pero no se había producido ninguna reflexión y decisión institucional sobre dicho tipo de Estado. Los españoles hemos estado hablando en prosa sin saberlo. Hemos construido un buen Estado, pero de manera no reflexiva.

Las reformas estatutarias han sido, están siendo, los instrumentos a través de los cuales se está haciendo una reflexión, no académica sino política y por quienes tienen la legitimidad democrática para hacerlo, sobre la estructura del Estado que se ha construido a lo largo de estos últimos veinticinco años. Éste es su valor. Una vez finalizados los procesos de reforma estatutaria la estructura del Estado español tendrá detrás de sí decisiones conscientemente tomadas por los representantes autonómicos de todas las unidades de descentralización política del Estado y por las Cortes Generales.

Esto no había ocurrido hasta la fecha. El Estado autonómico se había construido con base en un proyecto inicial, imprecisamente dibujado en la Constitución, que tuvo que ser corregido después del terremoto andaluz del 28-F y que se canalizó mediante unos Pactos Autonómicos en 1981, que tenían un mucho de apuesta que se confiaba en que saldría bien, pero sin que se supiera muy bien por qué se esperaba que así sería.

En España no habíamos tenido una reflexión con carácter general sobre la estructura del Estado que se había construido con base en el "compromiso dilatorio" del momento constituyente. Se había hecho camino al andar, pero nunca habíamos reflexionado sobre lo qué estábamos haciendo y hacia donde queríamos dirigirnos.

En algún momento esta anomalía tenía que ser corregida. Los seres humanos, a diferencia de lo que ocurre con los demás individuos del reino animal, tenemos que explicarnos a nosotros mismos el por qué y el cómo de nuestra convivencia. No podemos convivir sin esa mirada reflexiva sobre nuestra fórmula de convivencia. Eso nos faltaba. Y eso es lo que, a trancas y barrancas, estamos haciendo con las reformas estatutarias. La estructura del Estado al final de los procesos de reforma será básicamente la misma que hemos construido a lo largo de estos años, pero será distinta en la medida en que detrás de ella habrá la reflexión de cada uno de los Parlamentos autonómicos sobre lo que ha sido el ejercicio real y efectivo del derecho a la autonomía y el pacto con las Cortes Generales sobre lo que se propone que ese ejercicio sea en el futuro.

Los nuevos estatutos de autonomía no son hojas de ruta como fueron los estatutos originarios, sino normas discutidas por agentes políticos con pleno conocimiento de lo que estaban discutiendo y plenamente conscientes de las consecuencias de lo que se estaba pactando. Nada más pero también nada menos.

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