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El pasado lunes

Joaquín Estefanía

El lunes por la mañana hablé con Jesús. Sandra, su secretaria, me dijo alegre: "Está en su despacho, trabajando", y luego me lo pasó. "Estoy mejor, aunque me duele la espalda. Mañana nos vemos", aludiendo a la reunión del consejo editorial del Grupo, a la que Jesús, durante muchísimos años, no faltó nunca. Fijamos para el 9 de octubre el patronato de la Escuela de Periodismo, ya que la otra fecha factible le venía mal porque quería pasar la primera semana de septiembre en Tenerife.

La conversación fue muy cálida, entre dos personas que llevan más de un cuarto de siglo trabajando juntos, cada uno en su sitio pero muy cerca. Toda una vida, recordó las pasadas navidades cuando me entregó un obsequio por mis 25 años en EL PAÍS. Un periódico no es una empresa cualquiera sino una actividad intelectual, y las relaciones no se circunscriben a las tradicionales en una sociedad mercantil sino que están preñadas de afectos, amistad, disgustos, victorias y derrotas... Sólo con esa amalgama de sensaciones es posible sobrevivir trabajando tantas horas, y encontrar una cierta coherencia en lo que se hace. Un periódico es un núcleo de complicidades profesionales e ideológicas, pero también personales. Jesús era un patrón muy exigente y un amigo muy entrañable. Además, ha conseguido que esa relación de complicidad vaya más allá de su persona y se haya trasladado a sus hijos.

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Nuestras relaciones profesionales se circunscribieron sobre todo al diario EL PAÍS y a la Escuela de Periodismo. En 1988 me nombró director del periódico. Durante esos años, el último teléfono que sonaba cuando acababa el día era el suyo, para preguntar con qué mandábamos (en la primera página) y qué editoriales llevábamos. De las muchas conversaciones que recuerdo, hay una que se repite: la credibilidad. No se puede hablar de democracia en ausencia de una prensa que no tenga las garantías suficientes para desarrollar su labor; los periodistas ejercéis (tenía pudor en hablar en segunda persona del plural al hablar de los periodistas) la libertad de expresión y el derecho a la información en nombre de nuestros lectores, y ello os obliga ante la sociedad en una medida más amplia que el estricto respeto a las leyes, que debéis acatar como el resto de los ciudadanos; cuando los periodistas exigís información, contraéis una responsabilidad moral y política, además de jurídica. Esa responsabilidad proporciona la credibilidad.

Para ejercer la dirección de EL PAÍS, Jesús me dio apoyo personal, tiempo y medios económicos. Ello no significa que siempre estuviésemos de acuerdo y que no se produjesen las tensiones habituales entre un editor y el director de un periódico. Asumió las razones que le di para abandonar voluntariamente la dirección del periódico seis años después, y fue él el que se empeñó en que así constase en el comunicado que se dio. Al día siguiente de dejar el despacho, la primera llamada telefónica que tuve fue la suya, para saber cómo me sentía y si necesitaba algo. Me concedió la dirección de la Escuela de Periodismo UAM/EL PAÍS para dedicarme a otra de sus obsesiones: la democracia necesita de periodistas con una firme deontología y una formación continua que les permita entender lo que luego han de transmitir con eficacia a sus audiencias. La Escuela ha sido uno de los proyectos estratégicos que Jesús ha mimado más en sus 21 años de existencia.

Ahora sólo puedo tener presentes los buenos recuerdos y su grandeza singular para resistir las presiones cuando se atacaba a sus colaboradores. Tengo pruebas personales de ello. Al final, el balance más objetivo que se puede hacer es éste: la España del siglo XXI es mejor, más libre y más justa que la anterior, entre otras cosas porque algunos inventaron EL PAÍS y lo hicieron posible. Entre ellos, el querido Jesús.

Joaquín Estefanía fue director de EL PAÍS entre 1988 y 1993.

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