Arte público en un minigolf
Una manera de abordar la importancia del comisario artístico es negarla. Marcel Duchamp regaló al anfitrión de una fiesta de cumpleaños una elegante caja de cerillas forrada en seda, con unas letras doradas que decían: "A good host is a ghost" (un buen anfitrión es un fantasma). Los tres responsables de la IV edición del Skulptur Projekte de Münster recurren a la ironía duchampiana para justificar su rechazo a fiscalizar al artista: "Nosotros no interpretamos su trabajo, simplemente les explicamos por qué han sido invitados y los márgenes en los que se han de mover, pero no les decimos lo que tienen que hacer".
La fe de Brigitte Franzen, Carina Plath y Kasper König (director del Ludwig Museum de Colonia y alma del Skulptur Projekte) en la visión individual del artista aumenta nuestra felicidad, pero su miedo a la responsabilidad agrava la calamidad. Si Münster encarnaba la energía optimista y un faro de vitalidad de la creación artística en el espacio público, treinta años más tarde representa el reino menos físico y más especulativo de la escultura, una prueba de la impotencia de un concepto para proyectarse sobre el espacio. La idea y su materialización se han separado, y la sensibilidad del comisario no parece capaz de conciliarlas. El fantasma ha dado permiso al sepulturero.
La idea y su materialización se han separado
¿Tiene sentido hoy un evento que (re)considere la relación entre el arte y la esfera pública? Sí, más que nunca. Sobre todo si se trata de poner en evidencia la mojigatería de los políticos locales. Por poner un ejemplo reciente, la exhibición de los gigantescos torsos y cabezas huecas del polaco Igor Mitoraj impulsada por "la Caixa" en una céntrica calle de Barcelona es un episodio lamentable: producida al margen del arbitraje de los poderes públicos (comisión de Escultura del Ayuntamiento), la organización corrió a cargo de una empresa propiedad de un conocido ex ministro popular contratado por la Obra Social. A ello se añade que las piezas fueron puestas a la venta por un galerista. Una manera grosera de utilizar el espacio público con fines privados, política de top manta a cuya tendenciosidad los artistas y la crítica locales difícilmente se resisten.
Así, lo que un evento como el
de Münster debería apuntar es a la cuestión de si un proyecto artístico, en un entorno totalmente estandarizado -sentimientos, bienes de consumo, lenguaje- y modularizado, es capaz de rehabilitar el espacio de la sociedad civil y el gobierno oficial, disuelto cada vez más en redes privadas de corrupción y relaciones dudosas entre clanes. El arte ocuparía entonces esa zona intermedia, infinita, donde las grandes empresas han suplantado la antigua propiedad individual sin hacerse por ello públicas. Para que esto sea posible, es necesaria la construcción de un contexto artístico que reemplace el espacio real ausente, por cuya omisión el artista trabaja. Y es ahí donde se articula el rol del comisario. En Münster, la mayoría de las obras de los 35 artistas seleccionados podrían ir a cualquier parte, así son de triviales, preparadas para la hoguera de la vanidad del Grand Tour, desde Venecia a Kassel, pasando por Basilea. ¿Hacían falta diez años y tales alforjas para este viaje?
Ármese el visitante con un navegador GPS para esta maratón, y no se pierda. Active su ojo clínico. A la dificultad para detectar ciertos proyectos se une el vacío estéril de otros que salpican un paisaje urbano naturalmente expresivo. Que no le despiste el catálogo; la literatura que describe cada proyecto carece de vínculos externos, reales. Nombres conocidos en este campo -Mark Wallinger, Martha Rossler, Isa Genzken, Rosemarie Trockel, Gustav Metzger, Dora García, David Hammonds, Thomas Schütte- se mezclan con otros menos familiares -Nairy Baghramian, Guy Ben-Ner, Maria Pask, Annette Wehrmann-. Algunos artistas repiten, como Michael Asher, quien ha instalado por cuarta vez consecutiva su Caravana (1977, 1987, 1997) un ready made sobre ruedas que se mueve por diferentes partes de la ciudad.
Otros cumplen su sueño de materializar la obra, como la Square Depresion (1977), de Bruce Nauman, una pirámide invertida clavada en la explanada del Instituto de las Ciencias. Mike Kelly ha emplazado cerca de la estación de tren un circo de animales de granja para que el público empatice con ellos, acariciándolos. Quizás la pieza que más irónicamente resuma este evento sea la de Dominique González-Foerster: un pequeño parque que exhibe reproducciones a pequeña escala de esculturas de pasadas ediciones instaladas permanentemente en la ciudad. Ahogadas dentro de un minigolf temático, se transcodifican en objetos-imágenes ideales.
Skulptur Projekte Münster 07. Hasta el 30 de septiembre. Comisarios: Brigitte Franzen, Carina Plath, Kasper König.
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