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Reportaje:

Adiós a la brisca

La parroquia de Santa María Goretti desahucia a un centro de jubilados

Rebeca Carranco

El local no tiene más de 100 metros. Al entrar, desde un altillo, como si fuese un presbiterio, se ven más de 10 mesas, distribuidas de forma aleatoria. En torno a ellas, grupos de cuatro o cinco ancianos juegan a las cartas y al dominó. El ruido de las piezas al chocar con la mesa queda ahogado por la conversación. Legalmente, 250 personas conforman la Asociación de Jubilados Santa María Goretti, en Málaga. Fuera, en el patio, más mesas, más cartas y más fichas panza abajo se mezclan en la que quizá sea la última semana de este hogar.

Sobre el centro pende una orden de desahucio para el próximo 26 de julio. La parroquia de Santa María Goretti quiere echarlos porque está cansada de la actitud de los ancianos. No de todos, matiza su abogada, Isabel Laguna, sino de la "junta directiva" que "no respeta" a la comunidad de creyentes. La asociación disfruta del local desde hace 26 años, cuando la Iglesia les cedió el local. Los últimos tres han estado plagados de letrados y juicios que han roto la calma de estos jubilados del barrio de Los Corazones.

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Para Juan Izquierdo, vicepresidente de los pensionistas, el problema es una cuestión de desavenencias personales. El párroco, Luis Marco, no los ve con buenos ojos. "Parece que somos incómodos para la Iglesia", dice Izquierdo.

A pesar de la pugna por el local, los ancianos continúan con su rutina. Antonio Fernández descansa en una silla de plástico, sentado a la fresca. A sus 84 años, luce boina calada, camisa blanca y pantalones claros. Hace más de ocho años que acude al centro. "A veces juego al dominó o a las cartas", explica. "Esto es todo mi entretenimiento. Si no vengo por la mañana, vengo por la tarde". Ante la posibilidad de que en una semana no pueda volver, Antonio no hace grandes aspavientos, sólo recuerda, agarrado a su bastón, que el hogar es su "forma de pasar el rato".

El espacio se cedió a los pensionistas en 1981. Todo iba como la seda, hasta que, según Lagos, los asociados redactaron unos estatutos propios "para hacer desaparecer cualquier vinculación con la parroquia". La abogada, sin embargo, sostiene: "No pedimos que vengan a misa, lo que queremos es que respeten a la Comunidad".

"Los estatutos están por ley", asegura Izquierdo. Lo que no hacen, dice, es "para jugar una partida de dominó rezar el padre nuestro". El centro no programa actividades, ni organiza excursiones, las horas pasan muertas entre pares y tríos: "Esta gente es de otro tiempo, tienen 80, 90 años, lo que quieren es venir y jugar a las cartas".

En busca de ayuda, los jubilados trasladaron sus quejas el pasado martes al defensor del ciudadano, Francisco Gutiérrez. Éste les ha pedido que "sienten" al párroco, que hablen con él antes de tomar ninguna otra medida. Las más de cuarenta personas que le escucharon, agolpadas en torno a él, parecían decididas a llevarlo a cabo.

Laguna, sin embargo, asegura que la parroquia ya ha intentado, sin éxito, reunirse con la asociación en más de una ocasión. "Hablar con ellos resulta imposible", se queja. "Incluso nos cambiaron las cerraduras del local".

El presidente de la junta, Francisco Roca, en su encuentro con el Defensor del Ciudadano, se dirigió también a los miembros del hogar. Parecía, por las palabras que le dirigieron sus amigos, que está preocupado. "Ahora ya podrás dormir", le consolaron, mientras le golpeaban amistosamente la espalda.

Y es que Roca no tiene demasiada confianza en el diálogo con el párroco: "Si no quieren sentarse, tendremos que ver qué se hace". Pero está dispuesto a negociar: "Si hay que modificar algún de los estatutos, se verá".

Pero la medida llega demasiado tarde, la decisión ya está tomada. "Han tenido cuatro años para remediar esta situación y no han hecho nada", sentencia Laguna. "Una vez desahuciados, convocaremos un consejo y decidiremos qué hacer con el local".

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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