Resaca
Remedios para sobrellevar la resaca hay miles y variados. Desde los que parten de una base supuestamente científica hasta los trucos de la abuela avalados por días y días de experimentación. Pruebas y refutaciones -parafraseando el título de un libro de un famoso matemático- hasta dar con la fórmula perfecta. La resaca, ese síndrome del día después, que constituye una de esas experiencias que nos unen a muchos, por haberla sufrido -desgraciadamente- en nuestras propias carnes. Y es que el alcohol es muy malo, todos lo sabemos, pero siempre nos damos cuenta un día después de lo debido.
Hay gente que dice que no hay mejor terapia para combatirla que el seguir bebiendo. Si no puedes con el enemigo, únete a él, ese es el lema. Gente como Voight, el gigantón del CSC, o como Flecha, mi compañero de equipo al que muchas veces le puede más el corazón que las piernas, son de los que piensan así.
Ellos, en un día típicamente resacoso como el de ayer (porque la bicicleta provoca resaca, por si no lo saben), después de pasar los Alpes, con el dolor de piernas ya perennemente instalado y con la perspectiva de más de 200 kilómetros con un calor asfixiante por delante, son de los que piensan que el cansancio, la modorra, se pasa antes con más cansancio, esto es, cogiendo la fuga buena. Fuego para apagar el fuego, como decía Arribas por aquí el otro día; más dolor para sobrellevar mejor el dolor.
Porque ayer, día de resaca, era día de fuga. Cómo no. En ciento diez de cada cien ocasiones, seguro. Por la longitud (230 kilómetros), por el recorrido (con dos tachuelas al final que asustaban a los sprinters), por el calor (me dijeron que mucho) y porque las diferencias en la general son ya tan amplias que muchos corredores no inquietan. Y porque los favoritos buscan recuperación para la crono del próximo sábado. Recuperación, en la medida de lo posible a estas alturas, se entiende.
Así que al final teníamos a un grupo de cinco disputándose la victoria. La selección natural de un grupo mucho más amplio. Cinco a los que seguro que horas antes, en la misma salida, ya les cosquilleaba el estómago por los nervios. Buscaban la fuga y la cogieron. Pero ahora les cosquilleaba aún más, porque llegaba la hora de la verdad, esa interminable recta en el corazón de Marsella. De los cinco, tres ya sabían lo que era ganar en el Tour, eso habla de la calidad de la fuga. Se vigilaban, se miraban de reojo y cada uno buscaba su distancia. Hasta que uno, Vasseur, tomó la iniciativa arrancando por el lado más esquivo a las miradas. Y las centésimas, o milésimas de segundo, que tardaron los otros en reaccionar fueron suficientes para darle unos metros decisivos para la victoria. Y así ganó por segunda vez en el Tour, diez años después de otro día también de resaca.
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