Las instituciones, a prueba
Madrid acoge desde hoy un congreso mundial sobre personas sordas
Creen las personas sordas que a las instituciones hay que abrirles la mente. "La Consejería de Asuntos Sociales siempre trabaja con nosotros", puntualiza Rosa Marta, presidenta de la FeSorCam. Sin embargo, con Sanidad, argumenta, es muy difícil conseguir cosas. "Todo depende de los presupuestos, las políticas o las personas".
A los riesgos de la calle, hay que sumar los de los edificios. Ahí sigue la incertidumbre. ¿Y si hay un incendio? Las alarmas son sólo sonoras. En un hospital o ambulatorio, una persona se puede quedar sin pasar a consulta. Llega la enfermera, grita un nombre y si nadie contesta, el siguiente. "¿Por qué no ponen una máquina con números, como en la carnicería?", se preguntan.
A Verónica le encanta salir por Chueca a bailar: "No escucho nada, pero todo vibra. La gente, las paredes... ¡Es genial!"
Por esas desventajas, las personas sordas de Madrid tienen que acudir al centro de salud con un intérprete que hay que solicitar con dos días de antelación. Y a veces es para algo tan nimio como recoger una analítica. Más de la mitad de los servicios de intérpretes que presta la FeSorCam en la Comunidad son sanitarios. Le siguen los servicios a Ayuntamientos y a juicios y abogados. La Consejería de Familia y Asuntos Sociales también presta este servicio.
En el hospital Gregorio Marañón disponen de un equipo de voluntarios y asistentes sociales que conocen la lengua de signos. Así todo va rápido. Sobre ruedas. Llega una persona sorda y llaman al intérprete propio en el momento.
Más medidas: el teléfono 112 de la Comunidad ha puesto en marcha un plan piloto para que las personas sordas puedan avisar de sus urgencias sanitarias y policiales mediante mensajes de móvil. El servicio dispone de un número de móvil y fax de uso exclusivo para el colectivo. Además, quien no tenga buen dominio del lenguaje escrito puede emplear unos iconos que describen la situación de urgencia.
La capital de los silencios
"¡Ah! ¿Y ahora esto qué es?". El silencio y la oscuridad. A Conchi se le iba a salir el corazón por la boca. Un segundo y la nada. Era un apagón en el metro, dentro de un vagón al que se le iba vaciando el aire. Un segundo y empujones. Conchi notaba a los pasajeros nerviosos. El sinsentido. No le quedó otro remedio que esperar. Un minuto, dos, tres, cuatro, cinco, de angustia. No sabía qué había pasado. Por megafonía anunciaron una avería. Pero ella es sorda. Y el sonido le entra por los ojos.
Existe un Madrid en el que el caos, el tráfico, las aglomeraciones, las obras, la risa, la comunicación no se cuentan en decibelios sino en marañas de imágenes. Es la región de 14.468 madrileños con discapacidad auditiva grave o total, según la Consejería de Familia y Asuntos Sociales. Desde hoy y hasta el próximo domingo, la capital del ruido se convertirá en la del silencio porque acoge el V Congreso Mundial de Personas Sordas. Un evento que servirá para elaborar un programa de actuación que contribuya a que estos ciudadanos se sientan más integrados.
El eterno alegato de Rosa Marta González: la no discriminación. Ella, con sus 34 años de gestos, su amplia sonrisa, sus gafas de pasta, es la presidenta de la Federación de Personas Sordas de la Comunidad de Madrid (FeSorCam). La vida en la capital le pone a prueba cada día. Como a todos los que no pueden oír. Lo que ha sufrido al volante sólo lo sabe ella. A veces alguien le ha hablado mientras conducía. Ella ha seguido su camino. Al no responder, incluso le han zarandeado el coche. Al borde del infarto. Eso tiene un nombre: barreras psicológicas.
Conchi, la del agobio en el metro, esconde dentro un nervio que a veces se refleja en su cara. Es técnico de la FeSorCam. Dice que los sordos tienen problemas nada más pisar la calle. Y cuenta sus historias en el metro y el aeropuerto de Barajas. "Todo lo dicen por megafonía", traduce una intérprete de la federación. Conchi mira a los ojos y se indigna: "A veces, estoy en el metro y veo que la gente sale de los andenes. ¿Qué habrá pasado? Si veo que se va todo el mundo, me largo yo. Pueden haber anunciado una avería o que el tren tardará 15 minutos. O una bomba. Porque yo no lo sé". Sería tan fácil, explican, como incluir una frase en los paneles electrónicos.
Lourdes, con 27 años y un módulo de informática arrastrando desde hace algún tiempo, protesta por el trabajo. Ahora es su única preocupación. "Dios mío, ¿nunca encontraré uno que se acerque un poco a lo que he estudiado?". Tiene más dificultades por ser sorda. Las empresas están obligadas a reservar puestos a personas con alguna discapacidad. Pero a ella no la ha llamado ninguna para un trabajo en condiciones. Una vez le dieron un curso de formación. Acudió el primer día. Su sorpresa llegó cuando le dijeron que no había intérprete. "Si saben que soy sorda y nadie conoce la lengua de signos, ¿para qué me llaman?". Y tuvo que desandar el camino a casa. Sin curso y molesta. En la FeSorCam llevan años intentando solucionarlo. Dice Rosa Marta que en septiembre tendrán un convenio con el INEM. Lourdes no se lo cree.
A Rosa Marta la tomaban por loca algunos profesores de la universidad. Le decían que era imposible que pudiera estudiar una carrera. Pero ella es de ideas fijas. Se sacó Económicas en la Complutense. Erre que erre. Al principio, yendo a las clases y entendiendo lo que podía. A partir de 3º, a mitad de curso, con un intérprete. Ahora los intérpretes llegan a todas las facultades de la región siempre que alguien lo solicite.
Las barreras psicológicas son las más difíciles de superar. María José, una bilbaína que trabaja en una de las asociaciones de sordos de la capital, es oyente pero está de acuerdo. Cree que la sordera es "una discapacidad invisible". Ella cree que hay pocas subvenciones.
Al Café de los Signos uno va a pasar el rato y a conocer gente sin prejuicios. Es un bar abierto en 2006 en el paseo de Santa María de la Cabeza. Atendido por camareros sordos, con proyecciones subtituladas y exposiciones de artistas sordos. Allí siempre va a estar alguien. Antes, las personas sordas de Madrid se iban a las asociaciones a esperar a los amigos. El viernes estaba allí Nanny, un estadounidense llegado a Madrid por el congreso. Había oído hablar del bar. Y allí estaba intentando entenderse con Verónica, que ese día cumplía años. Se comunican en lenguajes de signos diferentes. Cada país tiene el suyo, pero a Verónica le da igual. Tiene una vitalidad que desborda y un 53% de discapacidad auditiva. Le encanta salir de noche por Chueca y bailar. "No escucho nada, pero todo vibra. La gente, las paredes... ¡Es genial!".
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