Dulzura y austeridad medieval
CASTELL D'EMPORDÀ, una fortaleza del siglo XIV en la planicie del Ampurdán
En la planicie interior de la Costa Brava, tierra de olivar mediterráneo y encinas centenarias, el holandés Albert Diks adquirió un castillo, documentado en 1301, que un día fue de Pere Margarit, quien acompañó a Colón en la expedición oceánica que dio nombre a la isla Margarita (Venezuela). De estilo gótico, cimentado sobre una anterior construcción románica, su compra ya había sido tanteada en su día por Dalí como obsequio a su musa Gala. Jardín, estanque, pozo y piedras centenarias, como en las mejores casas fuertes de la Provenza o de la Toscana. Destila buen gusto por sus 28 costados -entre aristas, escaleras y recovecos-, gracias a la intervención de Estrella Salietti, que no ha escatimado en detalles decorativos de China, Nepal y Tíbet, así como sedas y brocados traídos de India, azulejería artesana de Marruecos, vidrieras emplomadas por Juan Villaplana o muebles de anticuario acuñados en Inglaterra.
CASTELL D'EMPORDÀ
6,5. Categoría: cuatro estrellas. Castell d'Empordà, s/n. 17115 La Bisbal d'Empordà (Girona). Teléfono: 972 64 62 54. Fax: 972 64 55 50. 'Web': www.castelldemporda.com. Jardín, piscina, salas de convenciones (20 personas), restaurante. Habitaciones: 3 individuales, 23 dobles, 9 'suites'; con baño, calefacción, aire acondicionado, teléfono, televisión en color, minibar. Servicios: no hay facilidades para discapacitados, admite en algunas habitaciones animales previa consulta. Precios: temporada alta, desde 165 euros + 7% IVA; baja, desde 135 + 7% IVA; desayuno incluido; en reservas de una noche se exige media pensión, 46. Aceptan American Express, Eurocard, MasterCard, Visa.
Arquitectura ... 8
Decoración ... 8
Estado de conservación ... 7
Confortabilidad habitaciones ... 6
Aseos ... 6
Ambiente ... 7
Desayuno ... 4
Atención ... 4
Tranquilidad ... 8
Instalaciones ... 6
En verano, la vida del Castell fluye amable al aire libre, frente al Puig d'En Marenys. Todo se impregna de aire mediterráneo. Sorprendentemente, el servicio apenas habla español e impone una distancia casi displicente sobre los huéspedes, sobre todo en el comedor. El desayuno, quizá por ello, se queda escaso en la oferta y en su elaboración.
Si el salón principal recuerda, con sus largos cortinajes y sus sillones tupidos, algo parecido a un retablo en honor de Baco, las estancias privadas evocan la vida cuartelera en los primeros días de esta plaza fuerte. Austeras, a pesar de sus respetables dimensiones y sus vistas a la ermita del Remei. No hay mesa en la que sentarse a escribir, ni una iluminación acorde a la altura de sus techos. Las camas son muy pequeñas, y el minibar se esconde en un rincón, diríase tirado por los suelos. La ducha funciona a espasmos gélidos e hirvientes, sin que la grifería imponga un término medio. Eso sí, el baño es precioso. A destacar el de la número 2, abierto a la alcoba y acolchado en violeta. Mejor ambiente destila la suite Jardín Nuevo, decorada por Cristina Gabás, que ha sabido aunar lo clásico y las nuevas tendencias minimalistas con una cristalera enmarcada en la bañera del hammam, espectacular.
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