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Reportaje:

Una presidencia militarizada

Un débil Bush recurre a su papel de comandante en jefe para justificar la guerra

Antonio Caño

Debilitado hasta el raquitismo en su función presidencial, despreciado por sus rivales y marginado por sus compañeros de partido, George W. Bush ha apelado esta semana a su papel constitucional de comandante en jefe para reclamar el respeto que no se le presta en otras dimensiones. Es la última autoridad que le queda para defender una guerra que él mismo empieza ya a admitir como un desastre; en su caso, un desastre necesario, quizá, pero un desastre finalmente.

Hasta ocho veces aludió Bush a su condición de comandante en jefe en la conferencia de prensa del jueves en la que presentó el informe de la Casa Blanca sobre Irak. Dos días antes, en una reunión con ciudadanos de Cleveland (Ohio), habló tres veces como jefe supremo de las Fuerzas Armadas. Es una prueba más de su aislamiento. A Bush le faltan argumentos para defender una guerra que se ha cobrado ya más de 3.600 vidas norteamericanas y que cuesta 12.000 millones de dólares al mes, le falta apoyo político para continuar con ella y le falta el apoyo ciudadano, como demuestran niveles de aceptación inferiores al 30%. Atrapado en ese círculo ha recurrido al eslogan de que las decisiones militares no las pueden tomar los políticos, sino los propios militares.

El presidente empieza ya a admitir que la guerra se ha convertido en un desastre

"Estoy seguro de que nuestro Ejército no quiere que su comandante en jefe tome decisiones sobre su futuro basadas en necesidades políticas. No creo que quieran que su comandante en jefe tome decisiones sobre la base de su popularidad", dijo el jueves en la Casa Blanca. "Creo que lo que el pueblo norteamericano quiere es que esperemos a que los militares vengan y nos digan cómo van las operaciones. Y eso es lo que yo voy hacer como comandante en jefe", explicó en Cleveland.

Son palabras destinadas a tocar la fibra sensible de algunos ciudadanos y de las filas castrenses. Pero ni siquiera es seguro que lo consigan, en la medida en que Bush está, en el fondo, rehuyendo su responsabilidad y descargando un peso excesivo sobre las espaldas del mando militar.

Tal como la Casa Blanca ha presentado las cosas, toda la estrategia en relación con Irak (si se procede o no a una retirada paulatina) queda pendiente del informe que el jefe de la expedición norteamericana en Mesopotamia, general David Petraeus, presente en septiembre. Demasiada responsabilidad para un general que ya ha venido advirtiendo que es muy difícil que en septiembre pueda hacer un diagnóstico contundente sobre la situación.

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Y es lógico. Después de cuatro años y medio de guerra, ¿tanto pueden cambiar las cosas en dos meses como para que pueda decidirse lo que no puede hacerse hoy? En el fondo, Petraeus, el mando militar y todo Washington saben que, pese a lo que diga el presidente, el destino de la guerra tendrá que ser fruto de una decisión política, no de una recomendación militar.

Tendrán que ser la Casa Blanca y el Congreso, finalmente trabajando juntos, quienes definan la estrategia en Irak, no Petraeus. Petraeus puede ilustrar acerca de las posibilidades de éxito y de las necesidades requeridas en cada uno de los escenarios. Ya ha dicho que si el objetivo es un Irak estable y pacífico, la misión sería de muchos años. Si el objetivo se cambia, se hace menos ambicioso -lucha contra Al Qaeda y adiestramiento de las fuerzas iraquíes-, las tropas podrían empezar a volver a casa pronto. Por ahí se tiene que encontrar una solución en septiembre.

Sólo se trata de ganar tiempo. Por mucho que insista cada día en que esta guerra es ganable y necesaria, Bush habla en un tono muy diferente ahora, mucho menos orgulloso de su obra, admitiendo que existe "fatiga de guerra", como dijo el jueves, y abocándose, como cada líder en apuros, al juicio de la historia.

De izquierda a derecha, George W. Bush, Dick Cheney, Condoleezza Rice y Robert Gates, ayer en la Casa Blanca.
De izquierda a derecha, George W. Bush, Dick Cheney, Condoleezza Rice y Robert Gates, ayer en la Casa Blanca.REUTERS

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