Elogio del gallina

A veces entre la valentía y la cobardía lo único que hay es cautela. Como la del samurái protagonista de Hana, primera incursión del japonés Hirokazu Koreeda en el cine histórico, un joven negado para la espada y aún más para el ánimo de venganza por mucho que la tradición le obligue a buscar al asesino de su padre para ejecutarlo.

Frente a la ingente cantidad de películas sobre samuráis honorables dispuestos a ponerse entre la espada y la pared para reparar actos del pasado, la película se presenta como un canto a la cobardía, como una encantadora odisea sobre el derecho (incluso el deber) a salir corriendo en el momento más oportuno. En la línea de El ocaso del samurái (2002) y de Hidden Blade (2004), ambas de Yoji Yamada, Kore-eda reflexiona sobre el peso de las tradiciones desde la distancia de la comedia con tintes dramáticos. Hana es liviana, dulce, agradable como el rostro de femeninos rasgos de su protagonista. Aquí no hay luchas ni sangre ni violencia. Sólo la vida puesta al día como una cuestión práctica. Como ya ocurrió con el western crepuscular, en contraposición al clásico, sus héroes no son intachables. Tampoco tienen ni el porte ni las aptitudes para el duelo más meritorias. El samurái gallina de Hana es algo así como la versión japonesa del joven vaquero miope de Sin perdón, incapaz de acertar entre ceja y ceja a más de un metro de distancia. En lo formal, Koreeda, autor de la obra maestra Nadie sabe (2004), relaja su nerviosa cámara, huye de los primerísimos planos y establece una calmosa puesta en escena en la que se permite el lujo de homenajear a Akira Kurosawa con sus cortinillas separadoras de secuencias.

"La venganza es el único camino para demostrar tu devoción", clama un tradicionalista del bushido (código de honor japonés). Para ellos, es necesario dejar un legado de valentía para la posteridad. Otros prefieren postergar el legado para mejor ocasión.