Vuelve el latín
Es bien conocida la afición por el rito tradicional y la ortodoxia del actual papa, Benedicto XVI. Cuando era simplemente prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger ya había expresado su deseo de reintroducir el latín en la liturgia de la misa y su contrariedad por las "fantasías" y "abusos" del culto moderno. Apenas han pasado dos años desde su llegada al pontificado para que se haya decidido a ponerlo en marcha a través de un motu proprio, un decreto por el cual deja a la elección del sacerdote el uso del latín o de la lengua vernácula la celebración de misas, matrimonios, funerales y demás ritos católicos. Benedicto XVI afirma que con ello busca "conciliar antes que dividir" a los fieles.
El latín fue prácticamente abandonado como lengua litúrgica tras las reformas modernizadoras aprobada por el Concilio Vaticano II (1962-1965), iniciadas por Juan XXIII y concluidas por Pablo VI, con las que se pretendía acercar más el oficiante a los fieles. Se ponía así fin al rito establecido por Pío V en el Concilio de Trento (1545-1563). Desde entonces a hoy, su uso en celebraciones religiosas requería la autorización previa de las autoridades de una diócesis. A partir de ahora, en cambio, y más en concreto a partir del próximo 14 de septiembre, cualquier católico o católicos podrán satisfacer sus deseos simplemente solicitando la autorización pertinente a su parroquia.
El motu proprio está dirigido a los cismáticos de la Fraternidad San Pío X, el movimiento ultraconservador del fallecido arzobispo francés Marcel Lefebvre, que sólo reconocía como válido el rito tridentino, lo que le valió la excomunión. No es de sorprender que el anuncio de Benedicto XVI haya suscitado perplejidad en sectores de la curia romana y de diversas conferencias episcopales, entre otras la de su país, Alemania. No hay que olvidar el potencial peligro que supondría el retorno a tradiciones ya superadas. Más allá de las querencias del Papa alemán por la lengua de Virgilio, no parece precisamente que esta iniciativa sea una señal de modernidad. Con o sin latín, la Iglesia católica tiene un grave problema de practicantes y seguramente prioridades menos formales y más importantes que la del ite missa est.
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