Maravillas por votación
La idea de que en el mundo existían siete maravillas formaba parte de la tradición clásica, y se componía de un listado de obras excepcionales que, salvo la pirámide de Giza, se perdieron en el transcurso de los siglos. Hasta ahora, saber cuáles eran las siete maravillas del mundo clásico significaba, en realidad, saber que los clásicos establecieron un canon artístico sobre la base de lo que consideraron siete maravillas. Se trataba de un asunto relacionado con el conocimiento, no con el espectáculo.
El multimillonario suizo Bernard Weber lanzó hace siete años la iniciativa de elegir las nuevas siete maravillas del mundo mediante el voto por correo electrónico o por SMS de las personas que quisieran participar. Este recurso a las nuevas tecnologías es lo que ha permitido que una diversión sin duda exitosa, pero perfectamente banal, se haya adornado con las galas de lo inédito, al ser declarada como "la primera votación global de la historia".
La gala con la que se dio a conocer el resultado de la votación se celebró en Lisboa, y resultó decepcionante según los asistentes. Habría que preguntarse si podía ser de otra manera, puesto que, por más que se apelase a la historia y a los logros imperecederos de la humanidad, se trataba de un simple espectáculo para el sábado por la noche.
Weber ha avanzado que los beneficios obtenidos con su iniciativa se destinarán a conservar los monumentos que resulten elegidos, tal vez para que no corran la misma suerte que sus antecesores. Este buen propósito no hace que la idea de votar las nuevas siete maravillas del mundo deje de ser lo que es, un espectáculo, que no debería eximir del conocimiento. Salvo que se admita que Bernard Weber es a nuestro tiempo lo que Heródoto fue al suyo.
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