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Columna
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BNG

En una reciente intervención Anxo Quintana declaraba que el BNG "está aquí para quedarse". Quería decir que el BNG no quiere ser un partido bisagra, un gadget o complemento del PSdeG o, en su caso, del PP, sino confirmarse como una fuerza en igualdad de condiciones con sus competidores. Era una declaración hecha, por cierto, después de una negociación postelectoral en la que se ha visto como los dos socios de gobierno se odian como hermanos a lo largo y ancho del país. Podemos suponer, de hecho, que el mensaje está dirigido a su compañero de coalición. El gran miedo del BNG, como se ha visto en el fragor de esos pactos, es ser deglutido por su socio. Es un temor legítimo, dado que la experiencia indica que el principal beneficiario de los gobiernos de coalición suele ser aquel que ostenta la presidencia. El afán del BNG por repetir el esquema del bipartito, solicitando tenencias de alcaldía únicas, responde a esa obsesión.

Sin embargo ese "estamos aquí para quedarnos" también tiene en cuenta al PP. Anxo Quintana está intentando efectuar un giro al centro del BNG. Declaraciones como las que hizo en plena campaña electoral afirmando que los nacionalistas son "una fuerza tremendamente moderada" o aquellas otras en las que situaba al nacionalismo más allá de la dicotomía izquierda / derecha las hay que entender en el contexto de una reorientación estratégica.

Quintana ya se ha dado cuenta de que el radicalismo gestual de otrora -porque en los hechos el BNG no ha sido radical jamás- era hacer el primo. Un regalo del cielo para sus adversarios que contemplaban fascinados como un grupo se descartaba a sí mismo de la contienda por el poder. En todo el hemisferio occidental apenas sí se podía observar un fenómeno similar que era, verdaderamente, digno de estudio.

¿Beneficiará ese giro al centro las perspectivas electorales del BNG? Desde luego, es importante para los nacionalistas que la pérdida de votantes del PP no tenga como dirección única al PSdeG y, sobre todo, que eso pudiese significar eventualmente la posibilidad de una mayoría absoluta de los socialistas. Al tiempo, el BNG ha de cuidarse de la aparición de una fuerza nacionalista a su derecha. No hay que descartar que una gran erosión del PP abra esa posibilidad en la próxima legislatura. Que ese giro al centro lo haga el BNG en el mismo momento en que la población gallega se ha convertido en mayoritariamente asalariada no deja, con todo, de incitar a la reflexión. Ahora bien, los problemas del BNG ni empiezan ni acaban con una reorientación así. Es sabido que el entorno intelectual del dirigente nacionalista es débil. Y que entrar en el terreno del realismo obliga a elaborar propuestas muy concretas, amén de la eficacia en la gestión. Lo cual sólo puede ser hecho, como es evidente, por personal cualificado. Todo lo que sube tiene la peculiaridad de que también puede bajar y cuando no se tienen políticas sólidas todo acaba por fallar e irse al garete.

Otros partidos han vivido antes situaciones parecidas. Y han tenido que prescindir de las demandas de sus militantes -y a veces también de ellos- para dar cabida a las demandas de sus electores. En esa disyuntiva se encuentra hoy el BNG y si no sabe cómo resolverla puede verse abocado a lo que más teme: ser una fuerza inútil.

Ahora bien, ¿cómo puede el BNG abrirse a abogados, médicos, ejecutivos y a toda clase de profesionales urbanos, lo que necesita para su supervivencia futura, y al mismo tiempo no entrar en conflicto con las exigencias de un aparato de baja calificación pero que tiene sus propias exigencias, amén del control de la organización? Hacer ese encaje es una de sus grandes dificultades objetivas.

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Anxo Quintana se ha convertido en líder en el mismo momento en que llegó al Gobierno. Eso le da todo el poder que confiere el DOG -el poder de colocar gente y de manejar presupuestos- y facilita sus designios. Sus aciertos tácticos son evidentes, pero también está clara una cierta levedad de proyecto. Aunque el momento histórico abunda en líderes de bajo perfil, aptos para públicos familiares, de sesión de tarde -todos lo son, después de Fraga- una fuerza como el BNG, que no puede apoyarse en los ciclos de la política española, necesita una reflexión de fondo sobre el país que nunca tuvo el coraje de hacer.

En realidad, su sopa de siglas interna y sus aparentes conflictos basados en diferencias inteligibles sólo para expertos en sánscrito u otras variedades de lenguas muertas no han sido más que fenomenales divertimentos para evitar una discusión que no podría tener otro final que el de reconocer lo mucho que han cambiado y lo poco que se parecen a sí mismos, 20 o 30 años atrás.

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