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Columna
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Estrategias para antes de las elecciones

Después del debate en el Congreso de los Diputados alguien podría pensar que la estrategia política del Partido Popular ha llegado a un callejón sin salida. Sin duda, el desarrollo y desenlace de este debate no fue positivo para la derecha española. En primer lugar, perdió en el duelo entre su líder -Mariano Rajoy- y el presidente del Gobierno central, y en segundo lugar, y lo que es más importante pensando en un futuro electoral de resultados sin mayorías absolutas, perdió también en el intento de construir alguna alianza con otros grupos del Congreso para sacar adelante alguna moción relevante. Es bastante evidente que la estrategia seguida por Rajoy de cultivar dialécticamente y de manera casi exclusiva la cuestión de ETA no le salió bien, y menos aún su absurda pretensión de que el Gobierno mostrase las actas de los encuentros entre los enviados del Ejecutivo y ETA. Rajoy debe de saber por qué hiló su intervención desde esta óptica y hay que suponer que su intervención no fue el acto de una improvisación, sino que formaba parte de un guión que tiene continuidad. Si eso es así, y no lo duden, hay motivos para pensar que la continuidad del guión por el que Rajoy transita le sitúa a la espera de atentados de ETA para seguir tejiendo la red dialéctica con la cual envolver y paralizar al Ejecutivo central. Si no es así, si no existe esa voluntad de utilizar los atentados futuros de ETA para debilitar al Gobierno por su actitud -como ellos dicen- de claudicación ante la banda criminal, no alcanzo a comprender el sentido de la intervención de Rajoy en el debate último hasta el extremo de afirmar que no tuvo ningún sentido y que de ese error va a pagar unas consecuencias muy importantes en su carrera política. Pero si efectivamente la hipótesis del guión se confirma y el Partido Popular se apresta a apretar el acelerador contra el Gobierno después del primer atentado de ETA, no hay motivos para pensar que esa posición les catapulte a La Moncloa.

Si la táctica es apretar al Gobierno a la sombra de un atentado de ETA, es un riesgo total por parte del PP

La opinión pública no suele atribuir responsabilidades al Gobierno de turno por los atentados acaecidos, ni en España ni en otros países con problemas de terrorismo. Si algún lector está pensando ahora en el atentado del 11 de marzo y en los resultados electorales del 14-M, me va a permitir que insista en la pésima gestión que el Gobierno de Aznar hizo del atentado en las 48 horas siguientes al mismo. Estoy convencido de que el vuelco electoral se debió fundamentalmente a la sensación de una parte muy relevante de la ciudadanía de que el Gobierno estaba construyendo una narración sobre los autores del atentado que no se correspondía con la verdad. Lo que hundió electoralmente al PP no fueron los atentados de Madrid, sino el clima que se generó en las horas posteriores, la percepción de engaño por parte de la ciudadania en la versión oficial, y que se concretó en ese grito generalizado en la manifestación de Madrid en repulsa por los atentados: "¿Quién ha sido?". Siendo así las cosas y si se confirma esa estrategia de apretar el acelerador de la crítica al Gobierno a la sombra de un atentado de ETA, hay que evaluar el escenario como un ejercicio de riesgo absoluto por parte de los populares. Es cierto que construir una agenda política desde la oposición cuando la economía ofrece resultados de crecimiento que permiten situar un escenario muy cercano al pleno empleo es muy complejo, y que hacerlo desde la derecha lo es más, ya que la manera más fácil de desgastar al Gobierno, dadas las circunstancias, sería con un discurso y unas propuestas ubicadas a su izquierda (precariedad, riesgo marginación social...). Pero las dificultades más o menos objetivas para construir una oposición sólida no hacen buena la estrategia elegida para hacer oposición. Que la opción estratégica elegida fuese y siga siendo la más fácil no significa necesariamente que sea la mejor. Ahí radica el problema de Rajoy y del PP.

Sería injusto, por otro lado, atribuir todos los méritos de la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero en este último debate a los errores cometidos por Rajoy. Zapatero estuvo bien, se mostró cómodo en el uso de uno de sus principales activos personales -el famoso talante- y sobre todo fue un acierto la estrategia de pasar a la confrontación dialéctica rompiendo las paredes de la zanja defensiva que lo ha acompañado a lo largo de la legislatura y lo ha paralizado. El Partido Popular ha construido a lo largo de estos tres últimos años más la aureola de éxitos por las debilidades del PSOE que por su propio discurso. Algunas polémicas en estos últimos tres años han crecido más como resultado de los miedos y las dudas de los socialistas que de los aciertos de los populares. Ahora mismo tenemos el caso de Navarra como paradigma de esa situación. Si en Navarra no hay Gobierno de progreso (Nafarroa Bai, PSOE y IU), será más por la debilidad del PSOE que por la fortaleza de la derecha. Sería un error que ahora, después de la victoria de Zapatero en el último debate, alguien pensara que recuperar para la izquierdas el Gobierno de Navarra es innecesario porque va a dar oxígeno a Rajoy en un momento en que le escasea. Zapatero y el PSOE deben salir de la parálisis que voluntariamente han asumido en algunas cuestiones -como las territoriales- pensando cuál sería la reacción de los populares. Hay que dejar determinado lastre y, sin que eso signifique olvidar la reacción de la derecha, hacer camino a una velocidad mayor de la que se ha obtenido en estos últimos años. Si la derecha desde la oposición paraliza determinadas decisiones de la izquierda en el Gobierno por el temor de esta última a su reacción, la pregunta que algunos electores se podrían formular es: ¿de qué nos sirve esta izquierda en el Gobierno? El último debate es un buen ejemplo de que con una izquierda activada la derecha no tiene por qué salir victoriosa.

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