Un Parlamento impotente
La imagen que ha proyectado este debate es la siguiente: un Parlamento políticamente impotente para definir un mínimo común denominador ante la ofensiva del terrorismo nacional e internacional. Cuantas más evidencias de lo que puede ser un fuego cruzado, menor ha sido el esfuerzo para un acuerdo de mínimos.
Si la reunión entre Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero tuvo lugar a partir de la ruptura formal del alto el fuego, el debate parlamentario se realizó días después de los atentados de El Líbano y Yemen, y de la detención de un comando que había puesto en Francia proa hacia España con 150 kilos de cloratita para un atentado en línea con aquellos cometidos con ocasión de los debates del estado de la nación de 1991, 1992, 1994 y 2001. Cuanto más riesgo, pues, menor indiferencia política hacia la unidad.
¿Impotencia? Sin duda. El Partido Popular ha seguido con su juego de todo o nada, al elevar su propuesta antiterrorista, cuyo colofón es la entrega de las actas de las conversaciones ETA-Gobierno. Ha sido nada. Pero, ¿y el Gobierno, el PSOE y los partidos que todos juntos derrotaron la iniciativa del PP? Cero. ¿Por qué? Porque debatir una iniciativa-declaración antiterrorista hubiera supuesto abrir un melón que, según algunos portavoces, terminaría atragantando a sus promotores.
Por tanto, el terrorismo se consagra definitivamente, habida cuenta de que ya lo ha sido en los últimos tres años, en el tema central de la próxima confrontación electoral. Es decir: no será posible frente a los atentados en ciernes -la ilegalizada Batasuna ha elaborado un manual en el que previene a sus simpatizantes sobre "atentados mortales y muy cerca de casa"- una reacción unitaria. Declaraciones por separado, manifestaciones independientes, descalificación, insultos, culpabilización... es el panorama que el Congreso ha oficializado.
¿Versión apocalíptica? ¿Que esto se arregla si se llama al teléfono que el presidente en funciones de Navarra, Miguel Sanz, según ha dicho ayer, mantiene abierto? Lo inesperado, se dice, es lo que suele ocurrir.
Pero aún si fuese así ello no haría más que confirmar que la política padece en este país algo más serio que una enfermedad infantil. Piense unos segundos: si el PSOE decidiese finalmente dejar gobernar a UPN en Navarra, ¿para este viaje se habría justificado presumir la culpabilidad de Rodríguez Zapatero que sólo la entrega de las actas podrían desmentir?
La fractura abierta por el atentado del 11-M y su gestión en la sociedad española pudo haberse detenido en un punto determinado. Pero no, se ha ahondado todavía más en estos tres años. Y lo hará con la nueva ofensiva de ETA. Y, también, si se concretan las renovadas amenazas del terrorismo yihadista.
La incapacidad del Parlamento para evitar la gangrena es una terrible señal. La polarización extrema, pues, dista de ser un episodio pasajero en la política española.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.