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La diplomacia de la langosta

Antonio Caño

"Un buen día de pesca ayuda a hacer amigos", comentó el ex presidente George Bush a la televisión local. Y, en consecuencia, subió ayer bien de mañana a su hijo George y al presidente ruso, Vladímir Putin, a su lancha rápida Fidelity III y se los llevó un rato a pescar atunes. No se sabe de lo que hablaron a bordo, pero es seguro que la fría placidez de las aguas del Atlántico sirvió para observar el mundo de forma algo más parecida.

La alta diplomacia ha conocido muchos casos en los que lo anecdótico ha llegado a ser lo relevante. Frecuentemente, los líderes políticos buscan que el contacto personal favorecido por un ambiente amable consiga lo que no es posible en horas de negociaciones en torno a una mesa.

Es pronto para saber si lo que podría llegar a conocerse como diplomacia de la langosta, aquí, en las costas donde ese producto es la bandera local, llega a alcanzar notoriedad. Pero, al menos, ha servido para que las tensiones entre las dos grandes potencias nucleares encuentren un momento de relajación.

Un experto en política exterior norteamericana ha aventurado a los periodistas que la idea de Kennebunkport se le ocurrió a la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, como alternativa a la tradicional recepción que Bush ofrece a líderes extranjeros en su rancho en Crawford (Tejas).

En su rancho, debieron de pensar sus asesores, Bush se relaja en exceso y sus invitados se ven envueltos en un ambiente de campechana camaradería que no se adecuaba al tono hostil con el que Putin llegó a la reunión. Kennebunkport, por el contrario, es un punto de reunión veraniega de familias patricias como la que encabeza Bush padre. Un ambiente más frío que el de Tejas, pero mucho más contenido.

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