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El camino a seguir

La globalización financiera está explotando y, sin embargo, no hay acuerdo sobre cómo enfrentarse a problemas evidentes como la fragilidad cada vez mayor del déficit comercial estadounidense, o la disfunción financiera en una serie de mercados nuevos.

Esta parálisis tiene tres capas. La primera es que los países ricos se muestran reacios a embarcarse en cualquier plan colectivo que pueda condicionar sus maniobras políticas nacionales. Estados Unidos es el peor de todos. A los secretarios del Tesoro estadounidenses siempre les ha encantado sermonear a sus colegas extranjeros sobre la perfección económica estadounidense, y sobre las razones por las que todos los países deberían intentar emularla. Pero el hecho de que Estados Unidos vaya a pedir prestados este año 670.000 millones de euros al resto del mundo no es precisamente una señal de fuerza estadounidense y de debilidad de los demás.

Ha llegado el momento de presionar agresivamente a favor de una mayor liberalización financiera en los países en vías de desarrollo

Pero los países en vías de desarrollo también tienen parte de culpa. Hay demasiados políticos que siguen creyendo que la causa principal de las crisis financieras de la década de los noventa fue la apertura, impuesta desde fuera, a los flujos de capital internacionales, una opinión a la que un pequeño número de intelectuales de izquierdas desgraciadamente dan cierta respetabilidad.

Da igual que la mayoría de las crisis se podrían haber evitado, o por lo menos mitigado en gran medida, si los gobiernos hubiesen permitido que sus monedas fuesen libremente convertibles con respecto al dólar, en vez de establecer un tipo de cambio fijo. En vez de eso, usan el coco de la globalización financiera como excusa para mantener intactos sistemas financieros internos ineficientes y monopolísticos. La incapacidad de los sistemas financieros nacionales atrasados para distribuir eficientemente las inversiones es uno de los factores principales que explica la huida de los fondos de los países pobres hacia Estados Unidos.

Por tanto, ¿qué deberían hacer los políticos? Para empezar está la tradicional retahíla de políticas necesarias para responder a los desequilibrios en el comercio mundial, y entre ellas, una mayor disciplina fiscal en Estados Unidos, una mayor dependencia de la demanda interna en Europa y Asia, y tipos de cambio más flexibles en Asia.

Pero ha llegado el momento de ir más lejos y empezar a presionar agresivamente a favor de una mayor liberalización financiera en los países en vías de desarrollo. Lo cierto es que la mayoría de los estudios indican que estos países deberían liberalizar sus intercambios comerciales antes de abrirse bruscamente a los mercados financieros internacionales. También hay que implantar políticas macroeconómicas estables y evitar los tipos de cambio fijos.

No obstante, muchos países en vías de desarrollo van bien encaminados para cumplir estos requisitos previos. Irónicamente, los malos recuerdos del primer y prematuro intento por parte del FMI de promover la liberalización a largo plazo de los mercados de capital siguen siendo un obstáculo a día de hoy. El intento del FMI de consagrar la liberalización de los mercados de capital en sus estatutos, en medio de la crisis financiera que sufrió Asia en los años noventa, fue un desastre en lo que a relaciones públicas se refiere. Pero ha llegado el momento de replantearse la idea, aunque sea desde otra óptica más matizada. La debilidad de los sistemas financieros en los nuevos mercados constituye un importante obstáculo para un desarrollo equilibrado. También es una de las causas principales de los desequilibrios comerciales mundiales.

El defender una mayor liberalización de los mercados de capital después del desastre de la década de los noventa será controvertido. Pero la idea básica era válida entonces y lo es ahora. De no encontrarse mejores mecanismos para la distribución de capital, el crecimiento mundial en este siglo disminuirá mucho antes de lo que debería. Los políticos no podrán obviar esa realidad indefinidamente.

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