"La pérdida de la privacidad me asusta"
De joven tocaba el violín con sus pies atrapados en una barra de hielo en las calles de Nueva York. Hoy tiene 60 años pero el espíritu que animaba aquellas performances, a las que sólo ponía fin cuando el hielo se hacía agua, no lo ha derretido ni el tiempo, ni el prestigio, ni el dinero. En el cuerpo menudo de Laurie Anderson (Glenn Ellyn, Illinois, 1947), en el que sólo la piel de sus manos habla de su edad real, se esconde una performer y música inquieta y multidisciplinar cuyo nuevo espectáculo, Homeland, podrá verse en San Sebastián (hoy), Zaragoza (jueves 28) , Barcelona (día 30) y Madrid (17 de julio).
La vida y la obra de Laurie Anderson están marcadas por la curiosidad, la reflexión crítica y la huida del aburrimiento. También lo refleja su estudio, que comparte con su eterno compañero, Lou Reed, su "mejor amigo". En el extremo oeste de Canal Street en Nueva York, con embriagadoras vistas al río Hudson y con dos pisos poblados por centenares de libros, discos, mesas de grabación, instrumentos musicales y cachivaches que ni siquiera ella recuerda qué son o de dónde han salido, Anderson explica su nuevo proyecto y sus temores respecto al siglo XXI y defiende el fin último del ser humano: divertirse.
"Los Gobiernos aprovechan la situación política para aumentar el control sobre nosotros, y nosotros perdemos libertad"
"Mi profesora de dibujo me enseñó que hay gente que se dedica a seguir pequeñas normas toda su vida y otra que decide no seguirlas"
Pregunta. ¿Qué es Homeland?
Respuesta. Estaba intentando hacer algo personal y al mismo tiempo retratar la situación política actual. Me interesaba explorar la relación del hombre con los medios de comunicación, qué efecto tienen sobre los individuos. ¿Quiénes somos? Todo el espectáculo está inspirado en George Trow, un intelectual fantástico que en los ochenta escribió un libro fascinante, Within the context of no context, alertando del peligro de esta cultura tan mediática. Más de 20 años después, sigue siendo revelador.
P. ¿Qué es lo que le asusta de esta cultura?
R. Hace poco leí una entrevista con una quinceañera que decía: 'No me interesa nada la privacidad. Mi vida sexual está online, mis amigos, mi diario y mi cuenta bancaria también. Todo sobre mí está en Internet. La privacidad está pasada de moda'. Esta declaración fue un shock para mí porque mi mayor tesoro es la privacidad. Eso es lo que nos diferencia de los años ochenta, cuando comenzaba el boom de los medios. La tecnología da igual, siempre ha cambiado muy deprisa. Lo importante es qué pasa con nosotros y la pérdida de la privacidad me asusta.
P. Siempre ha explorado la relación entre el individuo que observa y es observado.
R. Sí, me fascina. En algunos puntos de Nueva York te vigilan hasta ocho cámaras al mismo tiempo. Es imposible perderse y yo soy alguien a quien le gusta perderse. Los gobiernos aprovechan la situación política para aumentar el control sobre nosotros y nosotros perdemos libertad, aunque se nos diga que ganamos seguridad. Una de las piezas de Homeland, 'Only an expert', se centra precisamente en esa obsesión que hay ahora por dejar todas las decisiones en manos de otros. El individuo ha perdido capacidad de decidir sobre su vida.
P. ¿El arte le sirve para escapar a ese control?
R. Sí, pero la motivación no es política. Para mí el arte siempre ha sido una vía de escape. De pequeña, mi maestra de dibujo me marcó. Lo que me impresionó de ella es que era capaz de irse de clase antes de que sonara la campana. Todos los demás se guiaban por el sonido de la campana. Ella no, a veces se quedaba más y otras se iba antes de que empezara a sonar. Entonces decidí que quería ser como ella... Fue la primera vez que entendí que hay gente que se dedica a seguir pequeñas normas toda su vida y otra que decide no seguirlas.
P. ¿Echa de menos el Nueva York de los setenta?
R. No soy nostálgica y me gusta que esta ciudad cambie constantemente, pero, sí, era muy diferente. Nueva York era como la película Midnight cowboy. Un sitio con mucha pobreza, peligroso, oscuro, divertidísimo. Los artistas salíamos todos juntos, Gordon Matta-Clark, Richard Serra, Philiph Glass, Tricia Brown... no había disciplinas, no nos poníamos etiquetas. No había dinero, todo lo que hacíamos lo hacíamos por amor al arte.
P. ¿Y qué ganaban?
R. Nos divertíamos. ¿Cree que hoy habría tantos artistas si no hubiera dinero de por medio? Creo que si hay algo que me ha enseñado la vida es que la única razón por la que estamos aquí es para divertirnos. En realidad, todo el mundo puede ser artista porque lo único que nos diferencia es que abrimos los ojos y los oídos y con eso hacemos cosas. Lo malo es que a muchos creadores se les ha olvidado esa parte.
Babelia
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